I Prólogo

461 42 5
                                    

Cada vez que la veo, muero...

Y resucito con una nueva vida, a pesar de que la muerte soy yo,

mi sombra se ilumina y desespero,

imaginando un fácil beso de sus labios rubí.

Locura adyacente, a un efímero sueño

que ronda impaciente y no cesa...

Como aquel día, vi caer del cielo

trocitos de esperanza suspirando por ella.

Su corazón perdido es, en un amor ajeno,

brinca cual bailarina de ballet.

Interminables las noches en que la recuerdo...

Rendido mi corazón, seducido por un ángel.

¡Luz que me corrompe, luz que me hace esclavo!

y que en mi alma despierta un silente te amo...

Un nombre impronunciable para tus labios,

esa simple disculpa certera.

Más ahora amor mío debo decirte adiós,

adiós antes de que herirte pueda. 

Parca »r.d.g« Donde viven las historias. Descúbrelo ahora