Kakuzu 2ª Parte

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Pasaron 10 años y Kakuzu fue entrenado por aquel hombre, el niño había aprendido a ser más rápido e inteligente, aparte de ser fuerte y hábil con el combate, su mejor arma era el agua donde ya era capaz de hacer copias y ocultarse en ella, también empezó a sentir una fuerte ambición por el dinero igual que su maestro que se dedicaba a cazar ninjas con los que le pagaban bastante bien.

Después de tantas malas miradas conoció a una niña que lo aceptó tal como era y ambos entrenaban juntos cuando no estaba su maestro.

—Más rápida, Hasubira. —le ordenaba Kakuzu que peleaba con ella.

Ella intentaba esquivar los golpes de Kakuzu, era bastante hábil y siempre recibía algún que otro puñetazo, donde su compañero no cambiaba su mirada seria. Tras tantos golpes cayó al suelo agotada y el pequeño se acercó a ella con cierta severidad y sin preocuparse de su estado.

—No te rindas, cuando tu enemigo se enfrente a ti no tendrá piedad por ti y seguramente aprovecharía tu agotamiento en estos momentos para matarte. — Kakuzu la miraba con seriedad.

—No aguanto más, estoy agotada, descansemos. —le pidió ella muy fatigada.

Kakuzu suspiró y se sentó a su lado, el joven cambio su semblante serio y con aquellos ojos la miró dedicándole una sonrisa en sus labios cosidos, ella era la única que no le tenía miedo y siempre se mostraba amable con él, nunca entendía como podía sonrojarse por una cosa así y más si la tenía tan cerca.

— Gracias Hasubira, por aceptarme sin importar mi aspecto.. — Kakuzu mostraba su amplia sonrisa.

— Te he aceptado por que eres muy bueno conmigo y sabes entenderme. — Hasubira ladeó la cabeza con una tímida sonrisa.

 — Hasubira ladeó la cabeza con una tímida sonrisa

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Suddo había recibido la visita de un misterioso hombre vestido con una túnica negra y donde portaba en su cuello un extraño colgante con un símbolo, el hombre entró y se sentó en uno de los sillones del salón de la casa. La presencia de aquella persona inquietaba al maestro de Kakuzu y más si llevaba aquello que tanto odio había generado en mucha gente que conocía aquella estúpida religión.

— ¿A qué has venido? —preguntó Suddo entre dientes y sin entender la visita de aquel hombre.

—Quiero que nos ayudes a conseguir una cosa. —pidió el hombre que levantaba su mano.

—Oh, vaya, al final eres uno de esos que siguen a un Dios que no existe. —comentó entre dientes Suddo.

—Jashin es mi Dios y no permito que lo insulte. —se defendió el hombre.

—Jashin... ¿así es como se llama vuestro Dios? —siguió burlándose Suddo.

—Cállate, ahora déjame hablar. —Se enfadó el jashinista—. Estoy aquí porque me interesa un jutsu que tenéis en la aldea, no sé si te interesa la propuesta, pero si lo robas te llenaré de riquezas y dejaré que puedas usar ese jutsu a tu favor.

— ¿El de los corazones? ¿El de los hilos? — realizó dos preguntas Suddo.

— Si, ambos jutsus me interesan. — parecía ansioso el jashinista ante las preguntas de Suddo.

— Me niego, ¿sabes por qué? — Suddo provocó la ira del jashinista. — Porque yo poseo el de los hilos, el otro me interesa bien poco.

Suddo lo atacó con sus puños y mandó al religioso fuera del piso donde le dio un rodillazo mientras éste estaba en el suelo. El jashinista se levantó y se hirió en su muñeca dejando caer un poco de sangre al suelo y con aquel líquido rojo dibujó un símbolo que confundía a Suddo, el hombre que había dibujado tal cosa, atacó al maestro de Kakuzu con una lanza retráctil, de la cual pudo extraerle su sangre y donde el religioso se la bebió, éste se colocó sobre el círculo que había dibujado y su cuerpo tomó una figura demoníaca, la cual generó en Suddo cierta confusión al no saber lo que éste iba a hacer.

—Te he maldecido. —sonreía malévolamente el jashinista.

—No me hagas reír. —se burlaba Suddo.

—A diferencia de mis compañeros suelo acabar los combates rápidos.

El jashinista se clavó su guadaña en su peño atravesándose así mismo su propio corazón provocando que Suddo se llevara su mano al pecho tras aquel acto, el maestro de Kakuzu empezó a sangrar por la boca y por la zona donde aquel hombre se había clavado su lanza retráctil, no podía comprender como pudo haber acabado con su vida en un solo momento, sintió como su corazón daba su último latido desplomándose al suelo donde murió en el acto y donde su mirada se centraba en aquel hombre. El jashinista lanzó un papel bomba al edificio y lo voló por los aires, el religioso se rió como un loco tras haber terminado su cometido.

Kakuzu llegó a su casa destruida y luego pudo ver a su maestro tumbado en el suelo sin vida, la gente pasaba a su lado y ni si quiera se acercaban para socorrerlo, el muchacho lleno de ira se acercó y se arrodilló a su lado, comprobando que Suddo yacía sin vida, el pequeño sentía el odio en ese mismo instante y comenzó a llorar, era algo que quería evitar y con sus propias manos se secó las lágrimas cambiando su expresión a un gesto de odio.

Después de tanto odio y dolor Kakuzu decidió irse a vivir con su amiga Hasubira que al igual que él, vivía sola. Ambos amigos decidieron ayudarse el uno del otro y entrenar juntos como solían hacer siempre, él no la iba a abandonar y ella no le iba a fallar, eran tal para cual, algo que el joven le atraía de ella, no podía saber si sus sentimientos eran de amor o de amistad.

Pasados olvidadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora