Capítulo 1

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Ishbel suspiró y miró la pintura una vez más. Le gustaba lo que estaba haciendo pero ese retrato no le decía nada. Sentía que le faltaba «vida» como decía su padre que en paz descanse, se separó un momento del caballete y dejó la tabla de pintura a un lado. Caminó hacia la cocina a prepararse un poco de café. 

Encendió la estufa y se sentó para dar suaves masajes sobre su sien, cerró los ojos por un momento, no era una pintora famosa pero ya se estaba dando a conocer un poco. Esperaba que algún día pudiera exhibir sus cuadros en algún lugar de renombre, como una galería en Edimburgo, o exposición.

Vertió el liquido en la taza y su mirada se perdió en aquella humilde cocina donde ella se sentaba junto a su madre a conversar y beber café. Sintió un nudo en el corazón al recordar a aquella mujer que en su opinión habia sido la mejor madre del mundo.

Se levantó cuando escuchó que golpeaban su puerta, frunció el ceño al mirar a aquel hombre en su entrada. Sólo lo había visto en pocas ocasiones cuando bajaba al pueblo por alguna gestión de la familia Schvelzem. La mas prestigiosa, rica y poderosa de la zona.

— ¿Si? — ella estaba segura de que el hombre se había equivocado de casa.

—Buscó a la señora  Ishbel Drummond — ella enarco su delicada ceja. El hombre pensaba que su jefe estaba un poco loco por buscar a una pintora del pueblo. Miró con impaciencia a la jovencita quién se habia quedado en silencio — Señorita, no tengo todo el día — dijo, y le sonrío tratando de no sonar autoritario.

— Soy yo — Su respuesta le hizo quedar ahora mudo a el, debía haber un error. Su jefe fue claro al decir que era una señora y la muchacha que tenía enfrente rondaba los 25 años.

Iba a preguntarle si era pintora pero sus ojos tropezaron con el mono manchado de pintura, suspiró y se resignó en aceptar que ella era Ishbel Drummond.

— Él señor Schvelzem, desea que le pinten un retrato, el párroco la ha recomendado bien.

Ishbel se sintió maravillada, la familia Schvelzem era la más antigua del pueblo, de hecho lo correcto sería decir que era la fundadora del pueblo. Que ellos deseen que ella, una humilde pintora fuera quien pintara al jefe del clan, la hacía sentir muy feliz. Sería reconocida.

Recordó que no había sido nada hospitalaria con su visita.

—Disculpe, ¿desea tomar una taza de café?— él asintió.

—Que modales, soy Akir —  Ishbel estrechó la mano que él le extendió.

La muchacha le hizo pasar a su humilde hogar, y Akir recorrió la casa con su mirada, pareciéndole muy acogedor, mientras ella se dirigía a lo que el suponía era la cocina.

Sus ojos tropezaron con el lienzo que estaba junto a la ventana, ella era buena en lo que hacía, a su parecer la mujer  del retrato lo estaba viendo directamente a él, pudo ver su expresión de tristeza.

Ishbel regresó con una bandeja con dos tazas humeantes y las puso en una mesita.

—¿Cómo lo desea tomar?

—Dos de azúcar — su mirada continuo escudriñando la pintura — me gusta está pintura —no mentía. La mujer del cuadro tenía una mano extendida con una bolsa de tomates. Era la señora del mercado, muchas veces le había vendido frutas pero jamás se había percatado en la tristeza en sus ojos, pero está jovencita la había plasmado. Se preguntó cómo pintaría a Evander Schvelzem, un hombre de mal genio y amargado.

Suspiró y pensó que ese ya no era su problema.

—¿Está muy ocupada? — Ishbel sonrió ante su pregunta por qué él le hablaba como si ante su puerta hubiera una gran fila de clientes para que los pintará.

¡Maldito amor! Historias de amor y maldicion GDonde viven las historias. Descúbrelo ahora