Capítulo 2

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Sofía se sorprendió de lo fácil que era hablar con él, no tocaron en ningún momento el tema de su trabajo en la redacción y corrección de estilo de los guiones y cartillas del proyecto, pero tampoco fue una conversación insulsa. Intercambiaron opiniones de su visión de vida y se contaron diferentes anécdotas.

Se entretuvo escuchando su voz gruesa y entusiasta. Lo tenía justo enfrente y se dedicó a detallarlo: le debía llevar unos 10 centímetros, calculó 1,75 mts.

Su cabello era corto y de color oscuro aunque no negro. A parte de sus ojos, que estaban escondidos tras sus lentes de marco negro, y su sonrisa honesta, sus facciones no resaltaban particularmente; su cara era angular, la nariz un poco ancha y los labios delgados.

Más bien flaco, llevaba una pinta algo grande para su talla y a ella le pareció un poco hippie; con un suéter de lana virgen con dibujos indígenas, un jean azul oscuro y una mochila colgando. Casi lamentó que fuera la hora de encontrarse con los demás.

Estaban en la entrada de la plazoleta de comidas esperando. Alfredo la observaba con atención mientras ella buscaba entre la gente a sus compañeros.

En un comienzo había creído que el encuentro con su ex la había afectado mucho, pero ahora se daba cuenta que no era cierto, de verdad parecía haberlo superado; no hubo rencor ni nostalgia en sus palabras cuando él le preguntó cómo se habían conocido. Ahora mismo no parecía haber notado que él estaba a tan solo unas mesas de distancia.

Le sorprendía un poco la seguridad que tenía en sí misma, además le había llamado la atención la poca edad que aparentaba... él le hubiera calculado 22 años, no llevaba maquillaje pero no podría decir que no estuviera arreglada. Suponía que su pinta contribuía a su aire juvenil: llevaba unos jean claros y ajustados a sus torneadas piernas y su blusa azul oscuro que dejaba ver sus hombros desnudos.

En un comienzo traía una chaqueta demasiado grande que la cubría completamente, pero afortunadamente para su vista, el calor del lugar había hecho que se la quitara y ahora la sostenía colgando en sus brazos. No llevaba zapatos de tacón, solo unos convers oscuros y en sus muñecas había diversas pulseras artesanales hechas de hilo.

Tenía una belleza natural, incluso con el cabello largo, castaño y algo desordenado, se veía bien. Tenía un rostro jóven redondo y suave. Su piel clara no tenía manchas ni arrugas. Su nariz era pequeña y sus labios era muy rosados pese a no tener maquillaje.

Sus ojos de color café oscuro, eran brillantes y con enormes y crespas pestañas; además tenían una capacidad única y eso le llamó mucho la atención. No estaba seguro si ella lo sabía pero su mirada tenía la propiedad de expresar mucho en un instante.

Ella levantó los brazos para hacerse notar. Habían llegado parte de sus compañeros: una señora de edad mediana y aire elegante se acercó. Se trataba de Helena, una administradora de empresas que se hacía cargo de la gestión de los recursos del proyecto en que trabajaban; Alfredo no entendía por qué, pero ella se había ganado su confianza y él la había dejado a cargo de todas las donaciones que le llegaban. No lo había decepcionado, todas las cuentas estaban en orden; era alentador saber que todavía se podía confiar en la gente cuando de dinero se trataba.

Con ella venía un muchacho tan joven, que casi, podría haber pasado por su hijo. Se trataba de Jorge, un estudiante de animación con un talento increíble, que ayudaba a dar vida a los mitos y leyendas indígenas que el proyecto pretendía rescatar. En el rostro del muchacho habían rastros de acné y su pinta era totalmente negra, parecía metalero.

Unos minutos después llegó Fabián un arquitecto de unos 35 años, cuyo verdadero amor era la ilustración, por ello aprovechaba cada posibilidad que le brindaban para dibujar. Era muy bueno, pero infortunadamente, no había logrado vivir de la ilustración; no era una profesión muy valorada y él tenía una familia que atender. Sofía se sorprendió con el gran tamaño de Fabián, ella le llegaba a las costillas y era muy ancho aunque no gordo, parecía la versión morena de la caricatura de Johnny Bravo.

Finalmente apareció Alex un joven estudiante de diseño gráfico que apoyaba a Jorge en la edición de videos, aunque su trabajo principal era la diagramación de las cartillas que acompañaban las multimedias.

Se pusieron de acuerdo para entrar a un restaurante típico que tenía sus propias mesas dentro del local. La conversación se tornó en el conocimiento de sus propias carreras y familias.

Después de disfrutar del almuerzo, fueron a buscar un postre que nuevamente fue helado. Sofía no se quejó, le encantaban.

Hablaron del proyecto: consistía en realizar libros y multimedias que apoyarían la formación básica de niños campesinos. La idea era que aprendieran a conocer sus antepasados mediante la narración e ilustración de mitos y leyendas propios de su región.

Alfredo había presentado el proyecto ante el Ministerio de Educación como una contribución para que los niños campesinos aprendieran acerca de sus propios orígenes y no se perdiera la cultura indígena del país.

Todos estaban muy ilusionados, si el proyecto era seleccionado para ser desarrollado, Alfredo les había prometido un contrato con salario y todos confiaban en que cumpliría su palabra.

Como siempre el clima en esa ciudad era cambiante: hacía una hora el sol resplandecía, tanto que un helado parecía perfecto, pero ahora el cielo estaba totalmente lleno de nubes oscuras que hacían prever un aguacero inminente. Efectivamente, cinco minutos después, empezó una fuerte lluvia. Caminaron un poco por los pasillos pero luego decidieron sentarse a tomar un café, hablaban más fácilmente de esta forma. Hubo mucha química entre todos.

Al atardecer comenzaron a despedirse. Sofía planeaba quedarse un poco en el centro comercial mientras escampaba, pero sus planes cambiaron:

—Puedo llevar a quien haga falta —dijo Alfredo.

—Yo traje el carro —dijo Helena— y puedo llevar a Jorge, vivimos cerca; por eso llegamos juntos.

—Yo puedo acercar a Alex, su casa me queda de camino —afirmó Fabián.

—Entonces quedamos solo tú y yo —le dijo Alfredo a Sofía, ella se encogió de hombros y sonrió de manera inocente.

Caminaron juntos hasta el parqueadero subterráneo y allí se dieron un último abrazo de despedida.

Sofía se subió en el asiento del copiloto de la camioneta negra de Alfredo, era bastante antigua pero estaba reluciente; parecía muy bien cuidada y estaba limpia por dentro. El olor del ambientador le gustó mucho, le recordaba la brisa que corría en el mar.

Salieron y tomaron una avenida que estaba tan atascada que hacía prever un viaje demorado.

—Lamento hacer que te desvíes tan drásticamente —le dijo ella.

—No importa, me gusta dar un paseo por la ciudad, siempre es relajante.

-—Bueno, te vas a dar un buen paseo de extremo a extremo. Tu casa es hacia el sur y la mía está en el norte... te hice ir en dirección totalmente opuesta.

—Como esto va para largo ¿te parece un poco de música? —Preguntó él cambiando de tema, quería conocer un poco más acerca de ella.

Descubrieron que tenían gustos bastante compatibles en música, aunque, por supuesto, los de Alfredo eran mucho más amplios. Empezaron a cantar canciones a todo pulmón de rock de los 80.

En un comienzo Sofía se había sentido un poco intimidada porque sabía que no cantaba muy bien y estaba al lado de un músico, pero pronto se relajó y cantó sin miedo.

Entre melodías, no necesariamente afinadas, los minutos pasaron con rapidez y pronto se encontraban frente a la portería del apartamento de Sofía. Alfredo la miró fijamente antes de decirle.

—Vives al lado de un centro comercial y... fuiste tú quien propuso encontrarnos en el otro lado, a cuarenta minutos de distancia y ni siquiera tienes un carro para desplazarte con facilidad, no lo entiendo.

—Fácil, por si no lo notaste soy yo quien vive apartada... me pareció que era conveniente un lugar que nos quedara central a todos.

Sofía lo había sorprendido para bien. Cuando hablaban por skype le parecía demasiado seria, pero era mucho más divertida de lo que aparentaba; entonces se le ocurrió que podía estar a solas con ella por un rato.

—¿Te puedo hacer una propuesta indecente?

No te necesitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora