Alfredo apenas si vio a Sofía en la oficina; el lunes tan pronto llegó, ella le dio una pequeña guía de cómo funcionaban las cosas y los horarios.
En las horas de almuerzo, ella se sentaba con sus compañeros comunicadores, de manera que hablaban entre todos pero no había posibilidad de una charla más personal.
Pensó en acompañarla a la salida, pero ella asistía con frecuencia a reuniones, y el miércoles, el único día que ella estaba en la oficina a las 6:00 pm, no pudo salir con ella porque su novio vino a recogerla. Resignado decidió esperar a que volviera de vacaciones.
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El viaje hasta el pueblo había estado bien. Solo eran los dos y charlaron todo el rato. Sofía se la llevaba bien con la familia de su novio, aunque en realidad solo era cercana a Natalia, su cuñada; era con ella con quien mantenía un trato relativamente constante. Con los padres de su novio, su trato era cortés, especialmente con Gustavo, con quien casi nunca había hablado a solas.
Era media mañana cuando llegaron. Afortunadamente para Sofía, el clima estaba fresco. El pueblo de Alejandro se caracterizaba por ser seco y con mucho calor.
Las casas estaban pintadas de colores, cada pocos metros había frondosos árboles en las aceras para hacer sombra y el cielo solía estar muy azul, con muy pocas nubes. Era una fortuna que la brisa corriera constantemente gracias al río que quedaba a las afueras. El olor era a tierra seca. A decir verdad eran pocos los carros que se veían andar por las calles, la mayoría de gente se movilizaba en motocicletas.
Dos calles antes de llegar a la plaza central, se encontraba la casa de la familia de Alejandro. Era de color naranja con rejas, puertas y ventanas blancas. Frente a ella, dos enormes palmeras que le daban sombra para mantenerla fresca.
Como su familia solo se movilizaba en motos, Alejandro no tuvo problemas de espacio al dejar su carro dentro del parqueadero de la casa.
A sofía le gustaba esa casa, era de una sola planta, con el techo alto y tejas semitransparentes hechas en fibra de vidrio: era muy luminosa.
Tan pronto se entraba, se podía ver un comedor con su mesa de 6 puestos hecha en madera rústica. Al fondo estaba el pasillo que llevaba a los cuartos.
A la derecha se encontraba la sala, a la cual se llegaba subiendo un par de escalones. Era amplia, con dos sillones de madera tapizados en tela naranja y un gran sofá tapizado en rojo. La mesa de centro era de madera rústica, en el medio, en lugar de tablas tenía hierro con formas floridas y cubiertas por vidrio. El ventanal era enorme, apenas lo cubría un velo en el día. En el techo había algunos abanicos que refrescaban el ambiente. En general la decoración de la casa se basaba en la madera rústica y los tonos rojos y naranjas.
Cecilia, la madre de Alejandro, los recibió en la entrada. Era medianamente alta, robusta, con curvas bastante marcadas y tez oscura. Tenía un vestido vaporoso de color amarillo.
Una sonrisa sincera apareció al ver a su hijo. Lo abrazó con fuerza y él soltó las bolsas que traía para corresponder el abrazo. El saludo con Sofía fue mucho más formal.
En ese momento ella era la única en la casa, su esposo había salido a trabajar; él era el notario del lugar. Natalia se encontraba haciendo las compras en la plaza de mercado del pueblo.
Alejandro y Sofía se quedarían en la antigua habitación de este. Las paredes estaban pintadas de ocre, la cama era pequeña y estaba arrinconada contra la pared que daba a la ventana.
Había un pequeño escritorio con su silla. Sobre la mesa había una foto que a Sofía le había llamado mucho la atención la primera vez que la vio. Era un par de niños abrazados y sonriendo a la cámara. La dentadura era algo incompleta. Llevaban un uniforme de fútbol de pantaloneta blanca y camiseta azul rey. En medio de los dos, había un balón: eran Alejandro y Eduardo.
Esa era la única foto que tenía de su amigo; las demás las había roto y quemado en un intento de aliviar el dolor que había sentido. Más tarde se había arrepentido de eso, pero reconocía que aún le afectaba demasiado todo lo que tenía que ver con Eduardo.
Esa foto permanecía en casa de sus padres porque él no se sentía capaz de verla todos los días. Fue la madre de su amigo quien, antes de irse del pueblo, se la había regalado porque, según le dijo, era el único que había logrado ver la verdadera esencia de su hijo.
Alejandro tomó la foto por un momento y una sonrisa amarga apareció en su rostro. Sofía se acercó a abrazarlo, se le hacía extraño verlo vulnerable, usualmente él emanaba una fuerza que la impulsaba a enfrentarse a cualquier cosa sin miedo. Alejandro dejó la foto en el escritorio y salió de la habitación.
Llamó a su cuñado para ofrecer su ayuda en lo que necesitara. Después de un momento, Alejandro le dijo a su novia en voz baja, no quería que su madre, que estaba en la cocina preparando el almuerzo, los escuchara:
—Básicamente necesitamos que distraigas a Natalia.
—Ya decía yo que no me invitaban solo por ser parte de la familia ¿no?
Una pequeña sonrisa apareció en el rostro de Alejandro antes de decirle:
—¿Podemos contar contigo?
—¿Cuándo es el gran momento?
—En la cena de pasado mañana, pero necesitamos preparar todo, necesitamos que la distraigas desde hoy... mamá tampoco sabe.
—No me siento capaz de distraer a tu madre.
—De ella se encarga papá...
—Es extraño que sean los hombres los que organicen toda la logística —dijo ella casi riendo. Estaba acostumbrada a que eran las mujeres las que se encargaban de los eventos, le parecía que el género femenino era más organizado para ese tipo de cosas... "Y después dicen que soy una feminista empedernida... Seguro me topo con una verdadera feminista y me insulta por andar pensando eso"...
—¿Podemos contar contigo o no? —Repitió Alejandro sacándola de sus pensamientos.
—Pero por supuesto, ¿acaso dudas de mis habilidades embaucadoras?
—Con esa capacidad que tienes de inventar cualquier historia de la nada, no dudo de nada... me embaucaste a mí ¿no?
—No te embauqué, te conquisté con mis cualidades únicas, no es mi culpa que hayas incursionado en mi reino justo en el momento en que me encontraba construyendo un muro gigante que protegía mis preciados dones... No sé cómo encontraste una pequeña grieta en mi fortaleza y la convertiste en una puerta que solo tú puedes activar; descubriste, esa niña chiquita que llevo adentro y... bueno, otras personalidades un poco más adultas.
Alejandro no alcanzó a decir nada porque su madre salió y empezó a preguntarle cosas. Poco después llegó Natalia y ayudó a su madre a acomodar la mesa, Gustavo llegaría al medio día para tomar su hora de libre. Fue un almuerzo tranquilo y familiar. La conversación se concentró en el trabajo de Alejandro.
En la tarde, Sofía convenció a Natalia para que la ayudara a buscar algunas cosas; el aniversario con Alejandro era el siguiente lunes y ella quería darle una sorpresa.
A Alejandro siempre le había gustado las mochilas y ella pensó que sería un buen detalle regalarle una hecha con los mismos hilos con que tejían las hamacas de su pueblo. Caminaban por la plaza del principal cuando Natalia le preguntó:
—Me parece un muy buen detalle y una gran idea, pero... ¿cómo piensas acabar eso en tres días, sin que él se dé cuenta?
—Soy buena tejiendo y es ahí donde tú me vas ayudar como buena cuñadita que eres...
—¿Yo?¿Cómo?
—Pues dirás que me necesitas para que te ayude con algo y así podré salir de casa para tejer libremente...
—Estás loca.
—Pero aún así me ayudarás ¿cierto?
—Solo porque me caes bien.
No fue difícil entretener a Natalia, la complicidad que generaron en torno al regalo de Alejandro hizo todo muy natural. Sofía jamás imaginó que precisamente esa confianza que nació entre las dos fuera la causante de sus próximos problemas.
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No te necesito
Romance"Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde". Alfredo comprendió ese dicho a la perfección cuando dejó ir a Sofía, la mujer de su vida. El destino, sin embargo, quiso que ella volviera a aparecer en su camino y él está dispuesto a todo por conquist...