Habían ido al cine a ver una película de comedia romántica. No lo habían planeado, ese día hubo una protesta muy fuerte y su jefe había decidido dejarlos salir temprano, para que no tuvieran demasiado problema con el transporte.
Como no tenían afán, ellos habían decidido entrar a cine en el centro comercial cercano y vieron lo primero que estaban dando. La película había estado bien, se habían reído bastante.
Al salir del cine, aún tenían una sonrisa en los labios y Alejandro sencillamente lo intentó: tomó la mano de Sofía, le dio un besito y luego entrelazó sus dedos con los de su pequeña mano.
Sofía se sorprendió con el gesto, pero en definitiva le gustó; se recostó por un momento contra su hombro, le hubiera gustado seguir allí pero era incómodo para caminar.
Se dirigieron a la salida del centro comercial; había llovido y, aunque hacía frío, el ambiente se les hizo inusualmente romántico: el piso húmedo reflejaba la luz amarilla de los postes y faroles que alumbraban la calle nocturna. El cielo negro empezaba a despejarse y una grande, redonda y amarilla luna se asomaba tras las nubes. Había un olor a yerba mojada y pocos carros.
Se detuvieron en una esquina esperando que el semáforo peatonal cambiara. Sofía apretó un poco la mano de Alejandro para llamar su atención. Le señaló un carro de ventas ambulantes que había en el otro lado de la calle antes de preguntarle:
—¿Plan chocolate?
Él sonrió y aceptó. Llevaban un poco más de tres meses saliendo y habían tomado como costumbre tomar chocolate con arepas o empanadas cuando llovía; cosa que en esa ciudad ocurría bastante a menudo.
En el carrito comprarían las arepas rellenas de abundante queso. Cruzaron la calle.
—¿Cuántas le llevamos a Alex? —Preguntó Alejandro.
—Alex no está, aprovechó que lo dejaron salir temprano para reunirse con Jorge a ver si salen de un video... es probable que pase la noche allá para trabajar todo el fin de semana.
Esa información fue muy pertinente para las intenciones de Alejandro.
Al llegar a casa, ella se puso a hacer el chocolate, mientras Alejandro alistaba unos pocillos y un plato grande para colocar las arepas. No las sacó enseguida para evitar que se enfriaran.
Él se quedó mirándola. Estaba frente a la olleta vigilando que el chocolate no se fuera a regar.
Llevaba una pantalón ajustado de color negro; a él ese pantalón le gustaba mucho porque resaltaba sus piernas y, sobretodo, su trasero. Las botas tenían un tacón pequeño y eran del mismo color del pantalón.
Para su fortuna, se había quitado la enorme chaqueta al llegar y ahora podía ver una blusa clara con un cuello en forma de ojal que dejaba ver sus hermosos hombros, daría lo que fuera por poder tocarlos... ¿podía?
Debía intentarlo. En ese momento ella apagó el fogón y subió la mirada. Él se acercó y la abrazó por detrás rodeándola por la cintura. Ella puso sus manos sobre los brazos de él y susurró:
—Me gusta mucho que me abraces de esta forma.
Sin soltarla y con lentitud, él la llevó hacia la barra que hacía las veces de comedor. La giró para quedar frente a ella.
Estaba asustado, pero sentía que era el momento adecuado. El corazón le latía a mil y un ligero temblor recorrió su cuerpo; su voz, sin embargo, fue tranquila:
—Tengo que decirte algo importante.
—¿Qué cosa?
—Te quiero mucho.
Sofía no respondió, no con palabras, sencillamente se lanzó a abrazarlo por el cuello. Él correspondió el abrazo por un momento pero luego se separó y la miró a los ojos:
—Te voy a dar un beso —le dijo.
Y lo hizo, sin darle oportunidad de protestar o de hacer algo.
Sofía cerró los ojos y sintió sus labios tibios, hacía tanto que no besaba a alguien que creyó haberlo olvidado. No lo pensó demasiado, simplemente se dejó llevar al sentir su lengua.
Para Alejandro, sentir que ella correspondió su beso, sentir que sus piernas flaquearon y él tuvo que sujetarla por la cintura, fue lo mejor que le había pasado. Se separó para mirarla y descubrió ese brillo en la mirada que ella guardaba solo para él.
Acarició su rostro y tocó sus hombros. Le parecieron suaves, su piel era muy tersa; no pudo evitar el deseo de besarlos... y lo hizo. Ella parecía disfrutarlo.
Sus manos empezaron a colarse debajo de la blusa, le gustó el roce de su piel, era muy suave, por algún motivo él sabía cómo encenderla. Ella respondió con pequeños besos en su cuello.
Alejandro supo que ella lo deseaba tanto como él a ella cuando un leve gemido salió de sus labios. Sofía sintió bajar su mano de la cintura al trasero y fue ahí donde despertó. Se retiró y lo miró a los ojos.
—Espera —susurró.
—¿Qué sucede? —Alejandro no entendió su actitud.
—Te juro que... —ella cerró los ojos con un suspiro— me muero de ganas por estar contigo, pero hoy no se va a poder...
—¿Por qué? Puedo ir a traer preservativos si es lo que hace falta.
Ella sonrió y un ligero rubor cubrió sus mejillas. Se mordió el labio antes de decir.
—No es eso, o también pero.. —no sabía cómo decirlo ¿se molestaría si se lo decía directamente?—... es que... no me gustaría un decorado rojo en las sábanas.
Alejandro se quedó mirándola un momento y entonces lo entendió; su rostro se cubrió de decepción e incredulidad.
—¿Estás hablando en serio? ¿Me cuadré contigo el día que tienes tu periodo?
Ella asintió sonriendo, le agradaba el modo tan natural que hablaba al respecto, si hubiera sabido que lo tomaría así, lo hubiera dicho más directamente. De pronto el rostro de Alejandro cambió, ahora parecía curioso.
—¿Qué pasó? —Le preguntó ella.
—No me había dado cuenta que estabas en esos días... no te cambia el humor...
Ella se rió antes de responder:
—Lo sé... soy afortunada en eso, ni cólicos, ni cambios de humor, ni ataques hormonales... solo tiene una desventaja.
—¿Cuál? —Preguntó Alejandro casi por inercia.
—Es muy abundante y me mancho a menudo —Sofía notó la cara de desagrado de Alejandro, era evidente que él no quería tanta información— tú preguntaste —le aclaró con una sonrisa de picardía, siempre le había gustado la manera como los hombres se incomodaban con el tema.
—Está bien —suspiró él y aprovechó para poner sobre la mesa algo importante, no quería con ella los mismos problemas de sus relaciones anteriores— eso me enseña a no preguntar lo que no quiero saber... a propósito y solo para que te quede claro: me encanta que hables tan tranquilamente de todo, incluyendo de eso; por favor no me pongas a adivinar qué te pasa porque soy bastante malo en eso.
—De acuerdo —dijo ella con convicción, eso también le agradaba— ¿todavía quieres chocolate?
—Sí —le dijo, pero no la dejó ir, la abrazó con fuerza por la cintura— pero antes una cosa más —ella lo miró a los ojos con una sonrisa sutil— ¿serías mi novia?
La sonrisa de Sofía se amplió y le dio un beso antes de responderle:
—Por supuesto ¿crees que me andaría manoseando con cualquiera?
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No te necesito
Romance"Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde". Alfredo comprendió ese dicho a la perfección cuando dejó ir a Sofía, la mujer de su vida. El destino, sin embargo, quiso que ella volviera a aparecer en su camino y él está dispuesto a todo por conquist...