Capítulo 27

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Alejandro esperaba en una silla plástica y maltrecha a que lo atendieran, le habían hecho el triage y, como no era un caso tan grave, lo hicieron esperar.

Curiosamente la sala se había desocupado poco después de que llegó. Ahora solo lo acompañaban una pareja de ancianos y una mujer embarazada.

Desde hacía más de 10 minutos contemplaba la gran puerta gris por la que había desaparecido Alex en una camilla.

Después de llamar a Sofía para informarle dónde estaban, no había hecho nada diferente a observar la puerta. Estaba asustado, no quería pasar por eso otra vez, necesitaba que alguien le dijera que Alex se iba a recuperar.

El dolor del cuerpo comenzaba a despertar, ahora sentía punzadas en las costillas, ardor en el labio y empezaba a sentir la hinchazón en el ojo.

La boca le sabía a hierro y el olor del hospital le estaba provocando náuseas. Estaba cansado pero no quería moverse de allí, deseaba que alguien llegara pronto, le habían advertido que no le informarían nada a él por no ser familiar.

Los minutos pasaron largos y silenciosos, nadie aparecía, no lo atendían tampoco. Para su mala fortuna fue el padre de uno de los adolescentes quien llegó primero. Alejandro no se hubiera dado por enterado pero el tipo le buscó pelea:

—Ahora sí puede meterse con uno de su tamaño.

Alejandro apartó la vista de la puerta y levantó la cabeza para mirarlo. Era un hombre alto, por lo menos 10 cms más que Alejandro, y musculoso, aunque tenía una barriga prominente. Ya debía haber pasado los 40, su pelo estaba canoso pero su rostro no revelaba tantas arrugas. Alejandro, todavía sentado, lo miró desconcertado por un momento, luego lo ignoró y volvió a mirar la puerta.

Con esa actitud, entendía porque el muchachito se metía en problemas. El tipo no se dio por vencido, tomó Alejandro por el cuello, lo levantó e intentó arrinconarlo contra una pared, pero Alejandro reaccionó con agilidad, le hizo un zancadilla y fue él quien arrinconó al tipo.

—No quiero problemas —murmuró Alejandro.

—Se metió con mi hijo, ya tiene  —le respondió el tipo desafiante.

—¿De verdad cree que puede venir aquí a amenazarme?

—Mi hijo está en el hospital por culpa de sus golpes, eso tiene consecuencias.

—Sea quien sea su hijo no tiene más golpes que yo, no demorarán en darlo de alta.

—¿Creo que eso basta? Habrá consecuencias legales.

—Será un gusto encontrármelo en un juicio, puede ser menor de edad y no pagar el tiempo que debería, pero aún puede enfrentar cargos... me haría un gran favor, podría tomarme un año sabático con todo el dinero que me tendría que pagar por reparación.

El tipo le alzó la mano pero Alejandro lo bloqueó; sus reflejos continuaban intactos pero el dolor se hizo presente.

—Cuidado con lo que hace —susurró Alejandro— quizás yo también puedo demandarlo por lesiones personales.

—¿Cree que un juez aprobará que un adulto golpee a un muchacho de 16 años?

—No fue uno, fueron 10... 10 que muy valientemente estaban acosando a una pareja de niñas indefensas.

—Eso no quita que usted golpeó a un niño.

—Y eso no quita que hoy usted esté tratando con un adulto y no un adolescente asustado e ingenuo. Conozco las leyes y sé que su hijo y toda su pandilla pueden enfrentar cargos por acoso, discriminación, lesiones personales y hasta intento de homicidio; mi amigo está muy mal herido por los inocentes golpes de su bebé —dijo Alejandro con rabia contenida.

—¿Su amigo? Por qué no se comporta como hombre y acepta que es su amante.

Alejandro tuvo que hacer acopio de todo su autocontrol para no pegarle, tenía rabia y frustración pero no podía caer. Frente a ellos había una cámara de seguridad y, si todo eso llegaba a juicio, no quería que hubiera imágenes de él perdiendo el control; todo lo contrario, sería perfecto que quien perdiera el control fuera el otro tipo. Suspiró antes de decir:

—Soy lo bastante hombre para admitir que entre hombres pueden ser amigos... Generalmente quienes ven gays en todas partes son quienes no están seguros de su hombría, a lo mejor a quien se le "moja la canoa" es a otro.

Alejandro vio venir el otro puño, pero el dolor le impidió reaccionar a tiempo y recibió un golpe que le hizo sangrar la nariz. Alejandro no respondió, sencillamente miró la cámara de seguridad y sonrió.

Por fin, uno de los vigilantes del hospital se acercó a separarlos. Cuando el tipo vio la sonrisa en el rostro de Alejandro, volteó en dirección a su mirada y se dio cuenta que había caído en una trampa, lo miró con rabia.

—Nos vemos en el juicio —le dijo Alejandro.

Iba a volver a sentarse, pero vio llegar a Sofía y se dirigió hacia ella. Se fijó en su cara de angustia al verlo y recordó que no lo habían atendido y le acaban de romper la nariz. Debía tener la cara llena de sangre, hinchada, tal vez amoratada; no debía ser una visión agradable. Ella le tomó las manos y lo miró con una infinita ternura antes de preguntarle:

—¿Estás bien?

—Mejor que Alex.

Alejandro volvió a mirar la puerta gris, cómo era posible que aún no le dijeran nada. Sus nervios volvieron.

—¿Ya te atendieron? —Le preguntó ella.

—No es grave, debo esperar un poco.

—¡Ni siquiera te han limpiado! Qué falta de... En fin, ven acá.

Sofía sacó unos pañitos húmedos y empezó a limpiarle los rastros de sangre. No le había preguntado por lo sucedido porque lo veía muy preocupado por Alex y no quería alterarlo más.

Esperaba enterarse cuando todo se hubiera calmado, ahora lo único que le urgía era tranquilizarlo; por más que intentara disimularlo, sabía que su novio no estaba bien: las manos le estaban temblando incontrolablemente, gotas de sudor perlaban su frente aunque no parecía tener fiebre. Su respiración estaba demasiado agitada, era evidente que había estado en una pelea y Alex había llevado las de perder, pero no entendía por qué. Ni él ni Alex acostumbran meterse en peleas, eran de carácter pacífico.

Apenas le había alcanzado a limpiar la sangre, cuando la mamá y la hermana de Alex llegaron a preguntar cómo estaba.

No se sabía nada y eso estaba torturando a Alejandro más de la cuenta. A veces su mirada se perdía y casi parecía a punto de llorar, luego volvía a mirar la puerta gris desesperado.

Sofía se levantó y fue a buscar a alguien que le hiciera alguna curación; no era posible que no le prestaran atención.

Cuando vio a dos enfermeras sentadas, riéndose y tomándose un café, le dio rabia; ellas estaban tan campantes cuando su novio tenía heridas que debían ser atendidas. La mirada que les lanzó irradiaba fuego; su voz, como siempre cuando estaba furiosa, sonó dulce:

—¿Podrían ayudarme con un herido?

Una de las enfermeras, la de cabello gris por la edad, se levantó y la siguió. Al llegar a la sala de espera, había un médico más bien joven cuya bata tenía marcado "Dr Márquez", preguntando por los familiares de Alex Rojas. La mamá y la hermana se pararon de inmediato y fueron hacia él. Alejandro también se levantó pero guardó prudente distancia. Sofía y la enfermera se acercaron a él.

—Sufrió un fuerte golpe en la cabeza —empezó el médico— e hicimos varios exámenes para asegurarnos que todo esté bien. Ha sido un poco demorado pero todos los exámenes han salido en orden. Le hemos cogido varios puntos y le tomará varios días recuperarse de sus heridas, pero, con el tiempo, estará bien...

Alejandro, cuyo corazón estaba a mil, respiró mucho más tranquilo, era quitarse un enorme peso de encima. De pronto se sintió muy cansado, las voces de todos se hicieron muy lejanas, casi no escuchaba; entonces todo se empezó a oscurecer...

No te necesitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora