Capítulo 5

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[CORAZONES ROTOS]

La besó lentamente, deleitándose de la suavidad y de la sensualidad de aquellos carnosos labios, eran exquisitos. Los saboreó con gracia, tomándose el tiempo para memorizar la textura, la suavidad y las sensaciones que le provocaba.

Amaba escuchar sus gemidos.

Bajó las manos y delineó el contorno de las sensuales caderas con las yemas de los dedos provocándole descargas de placer, aquel hermoso y deseable cuerpo reaccionaba a su tacto. Aquello la volvía loca. Sin embargo, lo que más amaba era cuando la penetraba, cuando se sumergía en su cálida humedad para llevarla al éxtasis y volverla loca de placer.

Le encantaba escuchar su nombre en gritos de placer y lujuria, era como música para sus oídos, como si se tratara de las cuatro estaciones de Vilvaldi, llevándola a la cúspide del orgasmo para bajarla rápidamente y llevarla de nuevo, sin descanso y de una forma dulce, vivaz y tratando de aferrarse a ella mientras la acompañaba una y otra vez en una danza idílica.

La amaba.

Ella cayó a sus brazos totalmente exhausta, sintiéndose completamente satisfecha y plena, la arrulló en sus brazos mientras ella se rendía al cansancio y al hechizo de Morfeo. Le susurró palabras de amor una y otra vez esperando que, al oírla, ella pudiera aparecer en sus sueños y poseerla como lo había hecho.

Quería tenerla tanto en sueños como en la realidad.

—Te amo... —aquel susurró proveniente de su amada la llenó de dicha—, Jessi...

Aquello la dejó de piedra.

Se aferró con fuerza a ella mientras las dagas se clavaban en su corazón. Unos minutos después la dejó en la cama cobijada en las suaves mantas, se dirigió a la ducha rápidamente y se sumergió en ésta sintiendo la gélida llovizna.

El agua fría la ayudaba a recobrar la razón y pensar en lo sucedido; había hecho el amor con nada más y nada menos que con Stephanie Hwang, la novia de su hija. Formó un puño con fuerza y golpeó la pared para desahogar aquel sentimiento. Se sintió culpable y asqueada, estaba acostándose con la novia de su hija, ¡una chiquilla de preparatoria!

Había arrastrado a un alma pura e inocente a cometer pecado y, de paso, había apuñalado a su propia hija por la espalda. La estaba traicionando. Estaba corrompiendo aún más a esa alma, a esa chica, que había profesado amor eterno una y otra vez por la persona que ella más amaba en el mundo, por su pequeña hija Jessica.

¿Qué rayos estaba haciendo?

Desde aquel incidente había cambiado drásticamente, se podía dar cuenta de ello, pero el dolor y la pena habían sido tan quemantes que había buscado refugio en lugares y formas distintas para aliviar su sufrimiento. Y no fue la única. Cuando Gong Yoo y ella abrieron los ojos se percataron que no sólo ellos eran los que se estaban perdiendo, sino también habían perdido a su pequeña hija en el abismo de la angustia y tristeza.

Todos habían cambiado, pero quizás ella era la única que había permanecido en aquel agujero oscuro y frío.

Cerró la regadera con fuerza para olvidar los viejos recuerdos, cogió la toalla y comenzó a sacarse, pero se detuvo frente al espejo.

En su espalda había marcas rojas, producto del encuentro furtivo y pasional que había tenido con la hermosa chica que yacía profundamente dormida en la cama. Su rostro se deformó a uno de angustia y culpa.

Sabía perfectamente que estaba mal lo que estaba haciendo, estaba rompiendo con toda regla de ética y moral que tanto defendía a diario a capa y espada. Era una hipócrita. Para los ojos de la sociedad era la recta abogada y perfecta madre de familia, pero, en las penumbras, era una infiel y una mentirosa, una pecadora y farisea que destruía una blanquecina rosa con sus sucias manos.

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