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Te has ido y contigo se ha ido la luz,
y un vértigo frágil, de calavera,
de nicho en el quicio de mi esencia
se ha instalado cerrando la puerta,
apagando el sol.

La eterna cazadora te cazó al vuelo,
te arrancó definitiva de mi tierra,
te arrastró a su corriente, a su marea,
y te ahogó lenta en agónica espera,
extinguiendo tu calor.

Sin ti no me queda nada,
nada más me queda,
nada más que dolor.

Ya no saborearé tus tiernos gestos,
y tus recuerdos serán mi celda,
no hay alivio en el hueco que dejas
como no puede ser de otra manera
si ya no siento tu voz.

La noche no cede, enfría mis besos,
mis caricias al aire, que se enredan
en nadie, en el vacío que me detesta,
y te nombra para invocarte sin tregua,
dejando sólo tu olor.

Sin ti no me queda nada,
nada más me queda,
nada más que dolor.

Maldigo ese momento tan preciso
de lengua que se alza ya muerta
que se hace eterna y sólo deja
el rastro de la ausencia de tu huella,
dejando sólo tu rumor.

Persigo el humo de sombra, el hilo
de cualquier alusión que me lleva
a la grieta que te nombra y me reta
a no olvidar mi derrota y mi pena,
altar para mi aflicción.

Sin ti no me queda nada,
nada más me queda,
nada más que dolor.

Sin ti la vida sólo es un acertijo
que reta a mi locura a que pierda
mi último resto de cordura que queda
en este cuerpo que ya nada espera,
que sólo es maldición.

Sin ti la vida no es vida que elijo
es la nada más absoluta que resta,
que me disuelve en tu ausencia
y te arranca de mi lado y me deja
sólo con este dolor.

Sin ti no me queda nada,
nada más me queda,
nada más que dolor.

Cartas al infinitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora