Tercera parte: Carta I

31 9 2
                                    

Hola de nuevo amor mío,
Seguro que me dirías que ya hacía tiempo que no te escribía. El tiempo pasa deprisa y aunque no cure, siempre echa piedras sobre la memoria. El día a día consume con su voraz presencia y lo que ayer era una laguna negra, hoy es el precioso lago en el que te miro para descansar de mi ajetreada vida cotidiana. Va a hacer casi dos años que te fuiste y aunque aún te echo enormemente de menos hoy no puede dolerme verte. Hoy me hace bien tu recuerdo. Donde antes la herida de tu ausencia sangraba a borbotones ahora la cicatriz de tu presencia me da el sosiego, la calma donde descanso y recupero fuerzas para continuar y vivir en suma.
Es curioso lo que hace el tiempo. Sepulta los malos momentos y sólo nos deja a mano los buenos, dando la razón a aquello que realmente importaba, a aquello que le daba sentido a todos los instantes, que compartidos se convirtieron en fotos, en videos, en maravillosos recuerdos que hoy tomo entre mis manos y beso con una sonrisa. Y duele, naturalmente que duele, pero cada vez menos. El dolor ha ido dejando paso a una sensación mucho más placentera, de santuario pleno en el que recogerme y entregarme en silencio o para hablarte de mis cosas y de mis neuras como si aún estuvieras conmigo.
Y sigo sintiéndote conmigo, como parte de mí. Fui construyendo ese espacio vital que ya llevaba tu nombre y sin el que estaría incompleto y lo fui rellenando de tus risas, de recuerdos entrañables, de bocados compartidos en el sofá de casa, de las fiestas de cumpleaños, de tu cocina desastre, de tu manía de limpiar lo que ya estaba limpio, de relamer la cuchar llena de miel, o comerte los restos de naranja recién exprimida cuando hacías zumo. He hecho mías todas esas manías, como si hubieran sido parte de mí siempre, pero que eran parte de ti. Y ahora hago todas esas cosas como si fuera un pequeño tributo a tu memoria. Como si lamer una cuchara llena de miel me acercara un poco más a tu recuerdo, a tu sonrisa tan dulce, a tus pícaros ojos de golosa que ponías como si te hubiera pillado haciendo una travesura.
No estoy entero. Lo sé, me faltas tú. Me fuiste arrancada de mi pecho como quién arranca una flor de la tierra, con su raíz y todo. Y ahora que miro ese hueco comprendo que es precisamente ese espacio el que me hermana al resto de los desahuciados de la tierra, de los que en algún momento desheredaron y despojaron de lo más amado. Y eso también es belleza. De alguna manera poder lidiar con esa mitad de mi yo roto que lleva tu nombre me permite comprender de mejor manera las pérdidas, los dolores de los demás y es precisamente cuando hice parte de mí ese dolor, que pude superarlo. Y ahora es el amor que te tuve el que me guía para ayudar a los demás a sanar en esos momentos de angustia.
Puede que sólo sea un pequeña brizna de hierba, pero quizás sea fermento, savia, esencia, semilla que germine en el corazón dañado de otros y que tu amor tengo un fin posterior que nunca imaginé que tendría. Es el único modo que imagino poder dar sentido a tu muerte, poder dar sentido al amor tan grande que te tuve y que te tengo. Es mi tributo a tu memoria. Eres y seguirás siendo quien da sentido a mi vida. Mi vida. Porque te quiero, y aunque te llevara la muerte, sigues estando tan presente, que no pasa ni un solo día que me mire al espejo y me diga: sigue, tú puedes, que ella te mira.
D.

P.D.: Yo más.

Cartas al infinitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora