Memento Mori

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La lluvia caía en las hojas mientras Irene salía del taxi e iba rumbo a la clínica. Dentro del lugar ella se estremeció, sus pantalones vaqueros húmedos se aferraban a sus piernas. Al menos la clínica era cálida, aunque francamente eso es todo lo que se puede decir de ella. Irene miró a su alrededor sin emoción en la pequeña sala de espera, todas las sucias alfombras y sillas de plástico llenas de enfermos y sufrimiento.

— Será unos quince minutos. Me temo que estamos algo saturados —La mujer en la recepción le dice sin levantar la vista. Irene se encontró un asiento entre una mujer con un niño lloriqueando en su regazo y un adolescente de pelo largo con una inhalación persistente.

«Parece una gripe, pero es, de hecho, el resultado del uso regular de drogas. » Una voz suena, sospechosamente, como la voz de Sherlock en su cabeza. «El abuso de solvente es el candidato más probable.»

«Oh, cállate. No estamos deduciendo ahora» se dijo Irene.

Han pasado más de treinta y cinco minutos, de hecho, antes digan el nombre de Irene, esta pasó el tiempo golpeando ligeramente su pie y maldiciendo cualquier sospecha de influenza que ha despojado a la clínica. Frente a ella una mujer de mediana edad llevaba a una anciana de cabello blanco. Madre e hija, sin duda. Irene reconoció la expresión en el rostro de la joven: dos partes de miseria, una conciencia de parte de su propia virtud. Mírame, mamá, ¿no estoy bien?

Irene tuvo que apartar la vista, la ira brillaba a través de ella como un calor blanco.

— ¿Señorita Adams?

Una cabeza arenosa aparece alrededor de la esquina e Irene se levanta, manteniendo la cabeza agachada. Es mejor si él no la reconoce todavía.

Irene siguió al doctor Watson a su oficina y le observó mientras se sentaba en su escritorio. El Doctor Watson, recogió un archivo y lo escaneó antes de mirarla con una sonrisa de bienvenida.

— ¿Cómo puedo ayudarte hoy, señorita...? —Se congeló mientras ella se adelanta a la luz.

— Doctor Watson —Irene le observó mientras sus dedos se separan, dejando caer el expediente suavemente sobre el escritorio. Los papeles caen al suelo.

Hay un momento de sobresaltado silencio mientras John Watson la mira fijamente. Entonces su mandíbula se asienta en una lúgubre línea.

— No se supone que estés aquí.

— Yo hice una cita —dijo Irene.

— Las citas son para los pacientes —menciono John entrecortado, poniéndose de pie—. Para las personas que están realmente enfermas, no para los chantajistas y terroristas, que por casualidad, se supone que están muertos. ¿Cómo lo manejas esta vez? Incluso convenciste a Mycroft Holmes.

Irene se encogió de hombros.

— Tengo mis métodos.

John pareció estremecerse ligeramente e Irene se da cuenta tardíamente de que aquello era un giro de frase similar a Sherlock.

— Creo que deberías irte.

— ¿No quieres saber por qué estoy aquí, John?

— No. Particularmente, no.

— Hay — Irene vacila. John Watson es perceptivo, y él ya desconfía de ella. Ella no puede exagerar esto. Ella deja caer su voz una fracción de octava, tratando de inyectar una sensación de vulnerabilidad en su lenguaje corporal—. Hay cosas que necesito decirte.

— Bueno, es una lástima. No me interesa nada de lo que tengas que decir.

— Por favor, Doctor Watson... John, necesitas oír esto.

Dinning with Frogs.  {Traducción}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora