Lunes 27 de agosto de 2012

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12:56 p. m.

Los seres humanos estamos diseñados para hacer el amor y la paz, para crear cosas maravillosas, para crear arte. ¿Por qué muchas veces hacemos todo lo contrario?

Trató de concentrarse con todas sus energías en la clase de inglés, porque de verdad le interesaba aprender. Clavó la vista en el pizarrón y los esquemas y definiciones que había armado la profesora, a quien también se limitó a observar cuando ésta hablaba. Se fijó detenidamente en sus facciones, en los movimientos de su boca al pronunciar las palabras, en su cabello bien arreglado, en la fina punta de su nariz. No hubo caso, por más que intentara concentrarse a toda cosa, y se memorizara cada palabra que decía, se lo terminaba olvidando todo.

Hoy tenía la cabeza en cualquier lado.

Cuando les dijeron que podían guardar sus cosas para irse, las amigas de Luz se reunieron para seguir hablando de la fiesta del sábado pasado: era de lo único que hablaban los lunes. Fiestas, chicos, rumores. Y Luz se sentía cada vez más irritada.

Estaba por salir del aula, cuando alguien la tomó del brazo. Sus ojos marrones la miraron con cierta preocupación.

—Estás bien, ¿no? —Le preguntó Victoria. Ella asintió con la cabeza rápidamente y siguió de largo. Quería irse a su casa ya mismo. Estaba enfadada por algo, quizás con ella misma por el estrés que venía acumulando desde la semana anterior; se sentía con un terrible y asqueroso mal humor que no desaparecería hasta que despertara de una larga y silenciosa siesta.

Cruzó la puerta del colegio y la brisa fresca que anunciaba la primavera le acarició el rostro, agitando con suavidad su cabello castaño. Miró a su alrededor: casi todos los alumnos de la mañana se habían ido. La profesora de inglés siempre se demoraba cinco minutos en finalizar las clases. Suspiró y emprendió su camino a la parada del colectivo, a dos cuadras, mientras olfateaba un ligero olor a costeletas y papas fritas cerca. Su estómago rugió y, mientras pensaba en que no veía la hora de llegar y tumbarse en la cama, algo la tomó del cuero cabelludo y la tiró hacia sí de golpe.

Completamente sorprendida, se quiso dar la vuelta y pudo ver una cabellera negra a la altura de los hombros la agarraba por los brazos desde atrás con increíble fuerza. Luz se quejó:

—¿Qué hacés? ¡Soltame!

Dos carcajadas fueron la respuesta.

—¿Te creés que te ibas a salvar de esta? —Se rió una voz femenina que jamás había escuchado en su vida, pero en su cabeza sonaba exactamente igual a los comentarios de las últimas semanas. La tomó con fuerza de la cara y se le acercó invadiendo por completo su espacio personal: la miró con sus grandes y verdes ojos de gato, desafiándola, y clavó sus largas uñas en las mejillas de Luz—. Te hiciste la canchera y te pensaste que no te íbamos a hacer nada, ¿no?

—Déjenme —balbuceó con dolor y la chica del pelo negro le dio un tirón en los brazos y le pegó un rodillazo en la cintura—. ¿Qué les hice para que me odiaran...?

La joven que la enfrentaba olía a menta de una manera escalofriante. Hizo un enorme globo de chicle y lo explotó, mientras sacaba algo de su bolsillo. Luz percibió un bocinazo dos cuadras más allá y deseó con su alma que alguien la salvara; cuando vio el destello del sol que se reflejó en la mano de Sofía, su corazón se aceleró increíblemente.

Se sacudió con todas sus energías, exigiendo que la soltaran, pidiendo ayuda a gritos en la silenciosa hora de la siesta. ¿Ellas? No sentían pena, no sentían nada. Sólo les daba risa, les parecía algo divertido asustar a una menor que ellas.

—Quedate quieta tarada —le ordenó la que asumió que debía ser Aylén a sus espaldas. Sofía se reía y, de repente, a Luz se le ocurrió escupirle en la cara como defensa. A lo mejor así se distraían y podía echarse a correr unas cuadras.

Error.

—Pendeja asquerosa, ¡mirá lo que hacés! —Apretó sus mejillas con más fuerzas mientras se limpiaba con la manga de su otra mano, y clavó la punta de la navaja en la sien, descendiendo con suavidad y profundidad. Sonrió con satisfacción—. Esta es por escupirme.

Luz dejó caer una lágrima y Sofía puso cara de pena.

—Ay, no me digas que vas a llorar —Aylén dejó escapar una carcajada. Deslizó la navaja por la frente, allí donde el sol daba con más fuerza y haría arder la herida luego, si es que salía viva de esta—. Esta es por botona, ¿te creés que no nos dimos cuenta de que andás hablando mal de nosotras por ahí?

Tragó saliva con fuerza y quiso cerrar los ojos con fuerza, pero hasta eso se lo impidió.

—No, no. Quiero que veas esto, quiero que veas el dolor —Luz forcejeó con más fuerzas, pero ya se le estaban yendo las ganas de luchar. Aylén tironeó y apretó tanto que le dejaría moretones luego. Sofía prosiguió con la navaja, apoyando la punta sobre la otra mejilla—. Y esta...

Apretó y la deslizó lentamente hacia abajo.

—Es por concheta y careta —dijeron las dos al mismo tiempo y se rieron. De inmediato, salieron corriendo colocándose las capuchas de sus camperas de sexto año y desapareciendo entre las sombras del final de la cuadra.

Dejando a Luz sola, parada en la esquina de su colegio, quien no aguantó más. No supo si fue el calor, no supo si fue la tensión, el temor, el punzante dolor, o se le bajó la presión, pero de un momento a otro todo se volvió negro.

Y su cuerpo cayó lento como una pluma, hasta hacerse un ovillo bañado en lágrimas.    



Gracias por leer esta historia ♥♥♥

C

PunzanteWhere stories live. Discover now