Capítulo 2.

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—¿Bajamos a cenar? Empiezo a tener hambre —pregunto a Selena.

Selena termina de retocarme el maquillaje para la fiesta que mi querido hermanastro está montando en esta grandiosa casa. Desde que empezamos a prepararnos, no parábamos de escuchar risas en la planta de abajo. Supongo que lo están organizando todo. Mientras Selena me peinaba, descargué una aplicación de comida y pedí una pizza a través de Eat24h. Creo que llegó hace un rato, ya que me pareció escuchar el timbre de la puerta.

Miro a Selena una vez más y compruebo que está guapísima. Mi mono le queda perfecto, ella siempre ha servido para modelo. Nunca la envidié por eso, pero sí por su cuerpo. A la muy perra le sirve toda mi ropa, aunque no me creo que utilicemos la misma talla. De lo contrario, yo también tendría su odiosa delgadez. El pelo lo lleva rizado y recogido en una coleta alta. Sus tacones son algo exageradamente altos, pero bonitos.

Selena se convirtió en mi mejor amiga desde el primer día que llegué a esta casa. Matt y ella ya se conocen de antes, aunque nunca me contaron desde cuándo. Matt, al principio, odiaba que Selena estuviera en casa; incluso llegué a tener enfrentamientos con él. Con el tiempo, Matt se olvidó del tema, o eso me llegó a parecer. Desde entonces, siempre que Selena aparece por aquí o me ve con ella, nos mira muy atento, pero nunca dice nada. Siempre me picó la curiosidad por saber el motivo, pero ninguno de los dos —a día de hoy— me dice nada al respecto.

Me giro para verme en el espejo. Mi conjunto consiste en un vestido blanco corto, ceñido al cuerpo, con unas cuñas del mismo color. Mi pelo castaño, lo llevo suelto y con ondas. Tengo un tono bastante moreno de piel, y gracias a eso no parezco un muerto viviente.

—Sí, por favor, me muero de hambre —dice mientras pone sus manos en el estómago. No puedo evitar echarme a reír.

Salimos juntas de mi cuarto y bajamos hasta el recibidor de la casa.

—¿Y la gente? —pregunta mirándome mientras me encojo de hombros.

Sinceramente, la gente ahora mismo es el menor de mis problemas. Yo solo quiero cenar esa pizza tan rica y deliciosa que pedí hace un rato.

Caminamos hasta la cocina y, nada más asomarnos por la puerta, vemos que Matt, Kevin, Samuel y Darío rodean la mesa de la cocina. Al entrar, los cuatro se giran para vernos. Todos ellos nos miran sorprendidos de arriba abajo con la boca abierta. Mi vista se posa en Matt, quien tiene una sonrisa pícara en los labios.

—Qué guapa estás, hermanita. —Rodeo los ojos, tardaba en soltar alguna estupidez.

¡Siempre hace eso, y odio mucho que lo haga! ¿Por qué? Porque sé lo gilipollas que es y, a pesar de ello, me creo todo lo que dice. Sus halagos me hacen sentir intimidada y me arden las mejillas. Fijo que estoy como un tomate. Dios, ¡ojalá fuera un tomate! Ellos no se poner más rojos de lo que están.

—Gr-gracias —tartamudeo—, tú también —digo tan secamente que un silencio se apodera de la cocina.

Lo odio, siempre consigue que mis reacciones sean así. No me gusta. No obstante, he de admitir que ningún hombre me ha dicho que estoy guapa. «Qué buena estás» o «qué polvazo te echaría», sí; pero ¿guapa? Nunca, a excepción de Matt.

Observo que mi —odioso— hermanastro lleva unas Nike negras, unos vaqueros pitillo de color gris oscuro, y una camisa blanca. Sencillo, cómodo, y algo que todos los chicos se podrían. Sinceramente, se ve bastante guapo. Matt sabe vestir bien, siempre va a la moda, y nunca se pierde una tendencia nueva. Es el primero en lucirlo antes que los demás y muchos hombres lo envidian. Su melena —corta y castaña— hace contraste con la camisa y sus ojos —color avellana— reflejan con esta.

Matt Cowin: Enamorándome de lo prohibido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora