Capítulo 10.

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—¡Ya estoy lista, mamá! —grito mientras bajo las pocas escaleras que me quedan para llegar a la entrada.

Mi madre sale del salón mientras busca algo en su bolso, el cual lleva colgado en su hombro derecho. Cómo la extrañaba.

Su pelo castaño es igual que el mío. Ahora lo lleva suelto, pero unas pinzas agarran el flequillo a un lado. Lleva un vestido claro y veraniego, que le queda perfecto en su cuerpo. Ella siempre fue muy delgada. Sin embargo, desde que nos mudamos aquí, ha perdido casi diez kilos. Seguro que pesa algún kilo menos que yo, y eso no me hace mucha gracia. Sé que va al gimnasio para ponerse en forma, pero está tan delgada que no parece ella... Quiero pensar que es a causa del estrés por el trabajo, pero me da la sensación de que esa no es la respuesta.

Cuando deja de buscar lo que sea en su bolso, me mira y sonríe. Es una sonrisa cálida que no veía desde hacía mucho tiempo.

—Muy bien, vámonos. —Se dispone a abrir la puerta, pero antes de hacerlo, se gira y me mira—. Ahora vengo —dice, y sale corriendo a la planta de arriba.

Frunzo el ceño y pregunto si pasa algo, pero no obtengo respuesta. Solo escucho que cierra la puerta de su habitación y se pierde en el interior.

Espero durante diez minutos hasta que la veo bajar. Su cara ya no está tan sonriente y parece más pálida de lo normal.

—¿Ocurre algo, mamá? —Se posiciona delante de mí con la cabeza agachada y sus ojos puestos en mis pies—. No tienes buena cara.

—No, no estoy bien —responde. Mi preocupación aumenta, la miro a la espera de respuesta, pero solo sonríe—. Hay que ir de compras con urgencia, esas deportivas están muy viejas.

Miro mis deportivas. Llevan varios años conmigo, pero no están rotas. No es motivo suficiente para sustituirlas por otras.

La fulmino con la mirada, pero me ignora. En cambio, me rodea para abrir la puerta de la entrada y dirigirse a su Porche negro, que es tan largo como un barco. Entra en el lado del conductor y yo, en silencio, en el del copiloto.

Comenzamos la marcha hacia el centro comercial.

—Muy bien, ¿por dónde te gustaría empezar?

—Mamá, no tengo que comprarme nada. Tengo vestidos muy bonitos que solo he utilizado una vez.

—Cariño, lo siento mucho, pero no repetirás vestido. La prensa se dará cuenta —dice sin apartar la mirada de la carretera.

—¿La prensa? —pregunto.

—Sí, te recuerdo que es una gala benéfica. Tenemos que dar buena imagen. —Rodeo los ojos y paso mi vista a la ventana.

El resto del camino se me hace eterno. Subo el volumen de la música para no escuchar a mi madre, quien dice que me comprará todo lo que quiera porque me lo merezco. Si se enterase del beso con su hijastro, dudo mucho que me lo mereciera.

Llegamos al centro comercial, y después de interminables vueltas para encontrar aparcamiento, bajamos del coche y estiro las piernas. Cierro la puerta del copiloto, y mi madre cierra el coche con el botón del mando.

Entramos en el edificio y nos dirigimos a una tienda con ropa bastante lujosa. Bueno, en realidad, mi madre me arrastra hasta el local. Cuando entramos, me quedo boquiabierta. No parece una tienda de ropa. Es espaciosa, y en el medio, hay unos sofás —parecen bastante cómodos— con una pequeña mesita en el centro. Cómo se nota que mi madre es quien me compra la ropa. Yo nunca entraría en este tipo de tiendas, no me pega para nada.

—Bienvenidas a Top Queen —dice una voz femenina—. ¿En qué puedo ayudarlas?

Cuando acabo de observar toda la tienda, me giro para hablar con la dependienta. Es una chica joven, de unos veinte tantos, morena y sus ojos son de color gris. Va vestida de traje, muy formal. Su vista se posa en mí y la sonrío con amabilidad.

—Esta noche tenemos una gala importante y mi hija, aquí presente, necesita un buen vestido.

—Sigo diciendo que tengo vestidos suficientes donde elegir. —Miro a mi madre de reojo, pero me ignora completamente.

—He visto unos vestidos en su aplicación, estoy segura de que le sentarán muy bien.

Mi madre saca el móvil para enseñarle los vestidos que miró —sin mi aprobación— antes de salir de casa.

—Oh, sí. Lo siento, pero están agotados —dice la dependienta.

—Oh, genial. Venga, vámonos, mamá —añado mientras tiro de su brazo.

—Lo siento, Brook —se disculpa mi madre—. Miraremos en otra tienda.

—¡Esperen! —exclama la dependienta y nos giramos para verla—. Hay un vestido que llegó justo esta semana. Quedará perfecto para su tono de piel.

—Ah, ¿sí? ¿Cuál? —pregunta mi madre con interés.

La chica señala detrás de nosotras y lo vemos. Se trata de un vestido que está expuesto en uno de los maniquís que hay en el interior de la tienda.

Matt Cowin: Enamorándome de lo prohibido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora