VIII

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Hubo otra tarde en mi habitación, nos estábamos preparando para un acto escolar en el que saldríamos disfrazadas de damas antiguas. Ella consiguió armar un rodete con mi cabello, pero al llegar su turno mis dedos eran muy torpes. Tuvimos que pedirle ayuda a mi madre, quien no dudó en posicionarse tras Irina y pedirle que mantuviera la cabeza en dirección al espejo.

—¿Quieres ser mi mamá? —le preguntó mi mejor amiga segundos después, sus ojos serios como nunca antes, mientras encontraba su mirada a través del cristal.

Por respuesta recibió una sonrisa de ternura, y esa mano maternal acarició sus rizos como solía hacer conmigo.

—Yo podría compartirte con tu hija —continuó Irina con naturalidad—. Cuando tenía cuatro años iba a tener una hermana, pero mi mamá se cayó por las escaleras. Hubo mucha sangre, yo estaba allí, les dije que el monstruo de mis sueños la había empujado... pero no me creyeron.

Dos gotas carmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora