VI

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Recuerdo con lujo de detalles otra tarde en la plaza que podría destacar, yo rondaba los nueve años.

Estábamos pasándolo tan bien que me permití un suspiro de alegría, flexionando las piernas para que el columpio adquiriera mayor velocidad. Corría una brisa suave, las frondosas ramas de los árboles impedían al sol proyectar sus rayos sobre nosotras, dos niñas permanecían acostadas en los extremos de una calesita soltando risitas, sus madres conversaban animadas en uno de los bancos cercanos. Las recuerdo porque, algo inusual en mí, se me cruzó la fugaz idea de que serían testigos en caso de una tragedia.

—¿Eres adoptada? —había preguntado Irina.

Yo giré la cabeza hacia el columpio de al lado para comprobar si había sido una pregunta retórica. No lo fue.

—No... ¿por qué lo preguntas?

—Porque tus padres te quieren mucho.

—Tu abuela también te quiere mucho —le recordé.

Su sonrisa tenía esa profundidad abismal que hacía retroceder a nuestros compañeros, tan vacía, perdida a kilómetros de distancia.

—Es vieja, no le queda mucho tiempo. —Hice silencio porque no le entendí del todo. Continuó—: Si tus padres se fueran como los míos, ¿a dónde irías?

—Con mis abuelos, supongo.

Su rostro se iluminó con renovada ilusión.

—Ellos también son viejos. Si te quedas sola, ¡podríamos irnos a vivir juntas como las mejores amigas!

—¡No digas cosas tan horribles! —chillé.

Parpadeó, genuinamente desconcertada. Detuvo el columpio, sus ojos se apagaron en tanto su voz se suavizaba al nivel de un murmullo.

—¿No quieres vivir conmigo?

—No, no me refería a eso... —comencé—. Tú dijiste que... Mi familia... —Sacudí la cabeza—. No deberías hablar de la muerte de esa forma.

Suspiró con una mueca comprensiva, la madurez de una niña que había alcanzado su primera década de vida.

—La muerte no es mala, todas las cosas mueren. Ahora tu vida es perfecta, pero algún día la muerte te enseñará la verdad.

—No soy perfecta, Irina.

—Lo tienes todo. Eso no está bien, no está nada bien... —Su expresión se volvió pensativa, aplastó con la punta de su pie una hoja seca que el viento había atraído— pero eres mi mejor amiga, así que lo dejaré pasar.

Sonriendo con humor, se levantó de su asiento y, posicionándose detrás de mi columpio, aferró las cadenas para empujarme. 

Dos gotas carmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora