Epílogo

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No es necesario que me acompañe hasta la entrada del campus, profesor. Camino muy lento para disfrutar de las estrellas que iluminan esta hermosa noche, del silencio que envuelve nuestra universidad al haber concluido la mayor parte de las clases.

No, no tengo frío, gracias por su interés.

¿Sabe...? Una de las cosas que más me fascina de usted es la seguridad serena que manifiesta en todo momento, especialmente cuando me dirige una de esas miradas letales frente a su clase, como si esperara a que concluyera un argumento que yo daba por terminado. La misma que tiene ahora, aguardando paciente a oír el último detalle de esta historia.

Usted no cree en algo tan ingenuo como pedir un deseo a una estrella fugaz, ¿verdad?

Si le soy sincera, yo tampoco.

Cada vez que abandono el césped para bajar estos últimos escalones de la institución, mi mente viaja de regreso a la escalera que estuvo descansando en el garaje de otra familia. Ese objeto era como un animal inofensivo hasta que fue despertado por la imprudencia humana de Irina, por su escaso equilibrio.

¿Quién hubiera imaginado que ella la utilizaría, cuando fuera a la habitación de sus difuntos abuelos, por la munición que ocultaron sobre ese armario antiguo?

Sé lo que está pensando, profesor, pero me sobreestima. Yo no habría tenido la fuerza suficiente para golpear, con el martillo que su abuelo guardaba en la caja de herramientas del trastero, puntos estratégicos de las barras de madera superiores.

¿En qué momento habría conseguido infiltrarme en esa casa? ¿Aquel martes cuando Irina asistió a su turno para presentar una petición de ser aceptada como menor de dieciséis años emancipada? ¿Ese miércoles al abandonar su morada durante tres horas para ir de compras con la escasa herencia que le fue legada? ¿O el domingo cuando se presentó hipócritamente a la iglesia a pedido del cura que fue gran amigo de su abuela?

La amistad es un arma de doble filo, tiene razón. Ella me conocía muy bien... pero siempre fui una alumna muy atenta y aprendí de la mejor.

Qué es lo que he hecho, usted me pregunta ahora bajo la tenue iluminación de la acera.

Mi respuesta es nada.

La estudiante que usted tiene en frente es todo lo que aparenta ser, nada especial, la muchacha que estaría detrás de un mostrador contando su vuelto, la amiga introvertida que una hija llevaría a hacer tareas en casa, la tranquila compañera de colegio con la que a veces cruzaría miradas, la empleada que jamás recibiría una queja de su superior, la vecina que lo saludaría cada mañana al sacar la basura, la colega que rozaría su brazo al pasar por su lado en la fila del buffet... una joven promedio que no atraería una segunda mirada.

Pero aquí, justo en lo profundo de mi pecho, en ese sitio donde se refugian los sueños y las esperanzas, nació una entidad sin luz el día en que me arrebataron a quienes más amaba. Un monstruo idéntico al que Irina trató de advertirme hace tantos años, aquel que tomaba la forma de un espejo. Y fue él quien hizo justicia. A veces contemplo mi propio reflejo y puedo verlo sonreírme porque es parte de mí, porque es consciente de que no siempre podré mantenerlo encadenado.

¿Sabe lo que aprendí de mi estadía en el infierno, profesor? En el alma de cada ser humano duerme una profunda oscuridad que solo los más afortunados tienen por destino jamás despertar.

Fin

Dos gotas carmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora