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Se acercaba mi cumpleaños número doce, mi padre consiguió un descuento en un local de videojuegos muy popular entre los chicos de mi generación, la única condición del dueño era que no asistieran más de una docena de invitados.

Ni siquiera conseguía la mitad, trataba de entregarles la entrada a nuestros compañeros pero me rehuían como si tuviera la peste. Fue recién al final del día cuando me di cuenta de que no era a mí a quién temían, sino a la sombra que se mantenía adherida a mi espalda.

La confronté a la salida.

—Es por tu culpa, Irina, ¡mantienes a los demás alejados de mí! —le grité con los puños cerrados, apenas conteniendo el impulso de empujarla.

—No necesitas a esos débiles —respondió sin negar mi acusación ni inmutarse por mi ira—, tarde o temprano todos se irán, pero yo siempre estaré allí para ti. Soy tu mejor amiga, nunca te abandonaré... nunca te dejaré ir.

Dos gotas carmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora