A poca distancia de Longbourn habitaba una familia con la que las Bennet mantenían una íntima amistad. Sir Willian Lucas había sido en n tiempo comerciante en Meryton, donde consiguió reunir cierta fortuna y ser nombrado caballero a causa de un célebre discurso dirigido al rey cuando estaba al frente del ayuntamiento. Tal vez esa distinción hizo que se sintiera demasiado importante. Comenzó a rechazar los negocios y vivir en una ciudad mercantil, y, abandonando ambas cosas, se retiró a una casa situada a una milla aproximadamente de Meryton, llamada desde entonces Mansión Lucas, donde podía pensar a placer en su propia importancia y, libre de los negocios, dedicarse solo a ser sociable con todo el mundo. Porque, aunque engreído con su rango, no se tornó arrogante; al contrario, era muy atento con todos. Siempre había sido complaciente y dado a la amistad, su presentación en la corte lo había vuelto cortés.
Lady Lucas era una mujer de buen corazón aunque no lo bastante inteligente para ser la vecina que necesitaba la señora Bennet; tenía varias hijas. La mayor, muchacha sensible e inteligente, de unos veintisiete años, era la mejor amiga de Lizzy.
Que las Lucas y las Bennet tuvieran que reunirse para hablar del pasado baile era cosa absolutamente imprescindible, y así, a la mañana siguiente de la velada, se presentaron aquellas en Longbourn para oír y hablar.
—Tú empezaste bien la velada, Charlotte —dijo la señora Bennet con estudiada cortesía a la mayor de las Lucas—. Fuiste la primera en bailar con Mr. Bingley.
—Sí; pero creo que le gustó más la segunda.
—¡Oh! Supongo que te refieres a Jane, porque bailó con ella dos veces. Es verdad que al parecer le agradaba; así lo creo, y hasta oír decir algo de eso, aunque no lo recuerdo bien..., algo referente a Mr. Robinson.
—Probablemente se refiere usted a lo que oí hablar a Mr. Robinson y a Mr. Bingley, ¿no se lo dije? Al preguntar Mr. Robinson qué le parecía nuestra reunión de Meryton, si creía que había en el salón muchas mujeres bonitas, y quién le parecía que lo era más, Mr. Bingley contestó: «La mayor de las Bennet, sin duda; no se puede discutir eso».
—¡Caramba!
—Bien; entonces eso está resuelto. Parece que... pero, no obstante, al final todo puede quedar en nada, ya sabe.
—Lo que yo oí decir a Mr. Darcy no es tan digno de escucharse como lo de su amigo —intervino Charlotte—. Pobre Lizzy, aquello fue inaceptable.
—Te suplico que no pienses que a Lizzy le molestó, porque gustar a un hombre tan desagradable sería una desgracia. La señora Long me dijo la noche pasada que había estado sentado a su lado durante media hora sin despegar los labios.
—¿Estás segura mamá? ¿No habría algún error en eso? —dijo Jane—. Yo vi a Mr. Darcy hablar con ella.
—Porque al final ella le preguntó si le gustaba Netherfield, y no pudo evitar responder; pero la misma señora dijo que parecía molesto de tener que hablar.
—Miss Bingley nos contó —agregó Jane— que nunca habla mucho, a no ser con sus amigos íntimos. Con ellos es sumamente agradable.
—No lo creo querida. Si fuese tan agradable habría hablado con la señora Long. Pero ya me imagino lo que ocurrió; todos saben que es arrogante y supongo que habría oído que la señora Long no tiene coche propio y que había ido al baile en uno alquilado.
—Me importa poco que hablara con la señora Long —dijo Miss Lucas—, pero me habría gustado que hubiese bailado con Lizzy.
—Yo que tú —dijo la madre—, no bailaría con él en ninguna otra ocasión.
—Creo poder prometerlo.
—Su orgullo —añadió Miss Lucas— no me ofende como tal, porque tiene una excusa. No hay que maravillarse de que un joven tan distinguido, de buena cuna y fortuna, con todo a su favor, tenga un alto concepto de sí mismo. Si puedo expresarme así, diré que tiene derecho a ser orgulloso.
—Es verdad —repuso Lizzy—, y con facilidad perdonaría su orgullo si no hubiera mortificado el mío.
—El orgullo —observó Mary, que se jactaba de lo sólido de sus reflexiones— es un defecto muy común. Mis lecturas me han convencido de que la naturaleza humana es extremadamente propensa a él, y de que hay muy pocas personas que no se sienten satisfechas de sí mismas por tal o cual condición real o imaginaria. La arrogancia y el orgullo son cosas muy distintas, aunque a menudo se tomen como sinónimos. Una persona puede ser orgullosa sin ser arrogante. El orgullo se refiere más a nuestra opinión sobre nosotros mismos; la arrogancia, a lo que deseamos que los demás piensen de nosotros.
—Si yo tuviera tanto dinero como Mr. Darcy —exclamó uno de los jóvenes Lucas, que había venido con sus hermanas— no me preocuparía ser orgulloso o no. Compraría un jauría de perros zorreros y me tomaría una botella de vino todos los días.
—En ese caso beberías más de lo debido —dijo la señora Bennet—, y si yo te viera, te quitaría la botella.
El joven protestó, asegurando que no ocurriría eso; pero ella continuó diciendo que sí lo haría, y la polémica no terminó hasta que los visitantes se hubieron ido.
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Orgullo y prejuicio.
ClásicosQuien dice que los clásicos son aburridos no conoce: Orgullo y prejuicio, de Jane Austen. SINOPSIS: ¡Jóvenes, guapos, solteros y ricos! Con la llegada de Mr. Darcy y su mejor amigo Bingley, el caos se desata entre las muchachas desesperadas po...