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Cuando Jane y Lizzy se quedaron solas, la primera, que antes había sido cauta en sus elogios a Bingley, le expresó a su hermana lo mucho que lo admiraba.

—Es exactamente como un joven debe ser —le dijo—; sentimental, perspicaz y de buen humor; nunca vi modales tan finos, tanta desenvoltura, tan exquisita educación.

—Es atractivo —añadió Lizzy—, tal como en la medida de lo posible debe ser un joven. Posee todas las condiciones.

—Me sentí muy halagada cuando me sacó a bailar por segunda vez. No esperaba semejante cumplido.

—¿No? Pues yo sí. Hay una gran diferencia entre nosotras. A ti los cumplidos siempre te sorprenden; a mí, nunca. Era lógico que te sacase de nuevo a bailar. No podía evitar que eras cinco veces más bonita que todas las mujeres que estaban en el salón. No le agradezcas esa galantería. Reconozco que es muy agradable, y te autorizo a que te guste. No sería el primer estúpido de quien te enamoras.

—¡Lizzy!

—Bien sabes que eres muy dada a que te gusten todos; nunca ves defectos en ninguno. Para ti, todo el mundo es bueno y agradable; nunca te he oído hablar mal de un ser humano.

—No me gusta censurar a nadie; pero créeme, siempre digo lo que pienso.

—Sé que lo haces, y lo considero admirable; ¡tener tan buen sentido y ser tan modestamente ciega para las locuras y la falta de sentido de los demás! La afectación de candor es de las cosas más corrientes que existen. Pero ser cándida sin ostentación ni propósito, fijarse en lo bueno de cada cual, y aun mejorarlo, y no decir nada de lo malo, es una característica que solo tú tienes. ¿Y te gustan también las hermanas de ese muchacho? Sus modales distan mucho de ser como los de él.

—Al principio, así lo parece. Pero cuando hablas con ellas compruebas que son muy agradables. La soltera va a vivir con su hermano y a cuidar de la casa, y, o mucho me equivoco, o tendremos en ella a una encantadora vecina.

Lizzy escuchaba en silencio, pero no parecía convencida; la conducta de aquellas muchachas en la reunión no había sido particularmente agradable, y por supuesto que su temperamento era menos flexible que el de su hermana, y su juicio sobre las personas más severo, se encontraba poco dispuesta a la aprobación. Eran, en efecto, mujeres muy distinguidas; no les faltaba buen humor cuando se las complacía ni dejaban de resultar agradables cuando lo deseaban, pero parecían arrogantes y vanas. No les faltaba belleza, habían sido educadas en uno de los mejores colegios particulares de la capital, poseían una fortuna de veinte mil libras, tenían la costumbre de gastar más de lo debido y de juntarse con gente de alto rango, y estaban acostumbradas a pensar bien en todo momento de sí mismas, y medianamente de los demás. Pertenecían a una respetable familia del norte de Inglaterra, circunstancia más impresa en su memoria que el hecho de que su propia fortuna y la de su hermano habían sido logradas por medio del comercio.

Bingley había heredado unas cien mil libras de su padre, quien había proyectado comprar una finca; pero la muerte lo sorprendió antes de que pudiera hacerlo. El hijo abrigaba la misma intención, y más de una vez eligió el lugar, pero como ahora disponía de una buena casa, era dudoso para muchos de los que conocían la sencillez de su carácter, que no pasase el resto de sus días en Netherfield, dejando para la generación siguiente la compra de la finca con la que había soñado su padre.

Sus hermanas deseaban mucho que tuviera una finca, pero aun cuando por el momento solo se hallaba establecido como arrendatario, Miss Bingley no dejaba de disfrutar de presidir su mesa, ni la señora Hurst, que se había casado con un hombre que tenía más elegancia que medios, se veía menos dispuesta a considerar la casa de su hermano como la suya propia siempre que le conviniese. No hcía sino dos años que Bingley había alcanzado a mayoría de edad cuando, casualmente, le recordaron que visitara la casa de Netherfield. La vio por fuera y por dentro durante media hora, encontró agradable la situación y las principales habitaciones, se dio por satisfecho y de inmediato se puso de acuerdo con el propietario para alquilarla.

A pesar de que él y Darcy eran de carácter muy distinto, los unía una firme amistad. Darcy admiraba a Bingley debido a su franqueza, su sencillez y su temperamento tranquilo, aunque se sentía muy satisfecho del suyo propio. Bingley, a su vez, confiaba en Darcy y siempre tenía en cuenta sus opiniones. En cuanto a inteligencia, Darcy era superior. No le faltaba, de ningún modo, a Bingley; pero Darcy era más hábil. Era además, arrogante, reservado y desdeñoso, y a pesar de la educación que había recibido, sus modales no resultaban agradables. En ese aspecto su amigo lo aventajaba notablemente. Bingley inspiraba confianza allí donde se presentase; Darcy ofendía constantemente con su extraña manera de ser.

La opinión que les mereció a ambos la fiesta de Meryton fue bastante característica

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La opinión que les mereció a ambos la fiesta de Meryton fue bastante característica. Bingley jamás se había reunido con gente más agradable ni con muchachas más bonitas; todo el mundo había estado atento y afable con él; allí no había habido etiqueta y pronto se había sentido amigo de todos; y en cuanto a la mayor de las Bennet, no podía concebirse ángel más bello. Darcy, por el contrario, había visto una colección de personas carentes de interés, de escasa belleza y ninguna elegancia, y no había recibido atenciones ni demostraciones de agrado. Reconocía que la mayor de las Bennet era bonita, pero en su opinión sonreía demasiado.

La señora Hurst y su hermana coincidían en que así era; pero admiraban a dicha señorita y les gustaba, declarándola encantadora y mostrándose decididas a no rechazar su amistad

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La señora Hurst y su hermana coincidían en que así era; pero admiraban a dicha señorita y les gustaba, declarándola encantadora y mostrándose decididas a no rechazar su amistad. Así pues, Jane quedó como una muchacha encantadora, Y Bingley autorizado con semejante recomendación para pensar en ella a sus anchas.

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Orgullo y prejuicio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora