CAPÍTULO II

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Aún confusa, me levanté de la cama, pudiéndome dar cuenta del dolor en general, que de seguro se debía a permanecer tanto tiempo acostada. Salí por la puerta que permanecía abierta y un largo pasillo me esperaba a ambos lados; sin pensarlo, tomé el de la izquierda, no por algo en especial. Varias puertas llenaban los pasillos, pero no tuve mucha curiosidad por abrir alguna. Apenas me di cuenta de que traía puesto un pants algo viejo, aunque no niego que cómodo. No me encontraba muy limpia, algo que me hacía sentir incómoda. Mi cabello se sentía grasoso y tenía un mal aspecto.
Tanta soledad en aquellos pasillos y que no hubiera ninguna persona impidiéndome el paso me parecía alarmante, y claramente sospechoso. Seguí caminando hasta que por fin encontré el final del pasillo. Y eso era todo. Ni una escalera, ningún elevador, o ventana. Nada. Me di media vuelta y comencé el camino de vuelta, y ahora, al llegar a la que pensaba era la puerta de mi habitación (si así la podía llamar) estaba cerrada; la intenté abrir y no pude, logrando sólo que rechinara la vieja madera. Caminé hasta el otro extremo y tampoco había salida.
Me empezaba a frustrar, así que con toda la calma comencé a intentar abrir las puertas. Todas parecían iguales, y no había ni una que no estuviera cerrada con llave. Iba en la puerta número 22, y cuando giré la manija, ésta cedió. La abrí lentamente hasta descubrir cómo la luz del sol me hacía sentirme ciega. Miles de personas caminaban de un lado a otro, pero a ninguna parecía importarle mi mal aspecto, o mi pura presencia, todos seguían con sus vidas. Muchos edificios rodeaban mi entorno. Salí completamente y cuando me quise volver para ver de dónde había salido ya no había nada, sólo un restaurante de pastas.
Me estaba mareando de la confusión, y tomando el hombro de una mujer que iba caminando le dije lo más natural que pude:
-Eh... disculpe... ¿me puede decir dónde estoy?-
-Por favor no me toques, estás sucia- respondió con un gesto de asco
Retiré mi mano algo ofendida, pero impidiéndole el paso para que respondiera mi pregunta.
-Por favor...- apenas salió en un susurro
-A ver. Estás en Puebla, creo que es obvio- contestó al mismo tiempo que se iba.
Ahora sólo me faltaba descubrir dónde había quedado el lugar de dónde había salido, pero no quería pensar en eso ahora, prefería descubrir mi identidad. Con este propósito caminé y caminé, intentando recordar. No niego que me sentía vigilada, pero no presté atención a eso. Iba viendo los anuncios, las casas, y sentía todo eso familiar. Conforme avanzaba, me daba cuenta de unos anuncios que estaban pegados en los postes. Me detuve para observar uno, y decía de una muchacha desaparecida, se llamaba Vanessa y tenía 4 meses que no se sabía de ella; de cabello medio- largo castaño, ojos color avellana, medida media y tez morena clara. Sólo tenía 17 años. Di unos pasos hacia atrás, pues ahora lo recordaba. Esa era yo. Pero no recordaba nada de esos 4 meses. Sin darme cuenta, estaba corriendo a la que era mi casa, que no quedaba ya tan lejos.
Después me detuve frente a mi casa y caminando casi sin hacer ruido me acerqué a la puerta. Respirando con dificultad, di unos suaves golpes. Y la reacción de quien me abrió claramente no era la que me esperaba.

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