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La mañana siguiente a la noche en que perdió su virginidad junto a Mikasa, Jean fue a pasear por la ciudad. Se sentía fresco, animado, emocionado, e incluso todavía habían rastros desperdigados de las sensaciones que había tenido en la cama de su novia. Así, con una sonrisa de lo más alegre dibujada en su boca, entró en una de las cafeterías del microcentro. El olor a granos de café recién molidos le abrieron el apetito, y pidió para sí un latte macchiato acompañado de medialunas.

Mientras devoraba una de aquellas masas dulces, Erwin Smith, que entraba en la cafetería sin su regular traje y camisa blanca, vestido por fin como un civil común y corriente, llamó su atención. Así que puede ser normal, se dijo a sí mismo. La chaqueta de cuero marrón con una camiseta blanca por debajo, los pantalones oscuros y los borcegos acordonados le daban una apariencia más jovial, e incluso más atractiva. El cabello, en cambio, seguía peinado hacia el costado como siempre. Jean le siguió con la mirada.

Smith se había sentado en una de las mesas más apartadas, no se había acercado a pedir nada en la barra, y cuando la moza se acercó a preguntar si no quería algo, él le dijo amablemente que no. Pasados unos minutos, Erwin seguía en el mismo sitio, mirando a la puerta y de a ratos a través de los ventanales a la gente que pasaba; Kirschtein ya había terminado su desayuno, y era la perfecta oportunidad para abordarlo. Llamó a la moza, una muchacha bastante linda y de curvas pronunciadas que se acercó a pasos rápidos. Pidió la cuenta, la pagó, y se puso de pie tomando coraje para acercarse a la mesa de su profesor.

—Buen día —le saludó, Erwin alzó la vista hacia él con una sonrisa.

—Que interesante encontrarte aquí, Jean, buen día.

—¡Que raro que no me ha llamado Kirschtein! —el castaño pareció sorprendido—. ¿No me ha visto sentado allá? —y señaló con el pulgar a sus espaldas.

—Ah, no, lo siento. Y bueno, estamos en otro contexto que no es el escolar —le contestó el profesor, entrelazando los dedos sobre la mesa y enderezando la espalda—. Aunque si te incomoda que te llame por tu nombre de pila, puedes decírmelo.

—No se preocupe —Jean se sintió estúpido por unos segundos—. ¿Está esperando a alguien?

Erwin le miró en silencio durante unos segundos, con los ojos entornados y una sonrisita peculiar en los labios. Era una expresión de ¿no es esa una pregunta demasiado descarada? o ¿en serio te atreves a preguntarme eso? o ¿y a ti qué te importa?, al menos así lo creyó Kirschtein.

—Supongo —le dijo lentamente Smith después de ese pequeño lapso—. ¿Por qué?

—Nada, le he visto muy solo. Se ha vestido muy bien hoy.

—¿Insinúas que no me visto bien en el colegio? —Erwin soltó una risa suave.

—No, no —Jean agitó la mano escandalizado—. No quise decir eso... me refiero, no parece un profesor.

—Bueno, no soy profesor las veinticuatro horas del día, Jean. De vez en cuando me tomo el tiempo de ser un tipo de veintiocho años que disfruta de la vida tanto como tú.

—Sí, disculpe —¿¡por qué acabo de pedir disculpas!?, el castaño de nuevo se sintió tonto. ¡Dios mío! ¿Es que no puede hablar normalmente con ese sujeto sin sentirse tonto?

—No te preocupes, es algo normal —Erwin miró la puerta de nuevo cuando oyó el sonido tintineante del llamador de ángeles que estaba colgado en la misma—. Cuando te acostumbras a ver a alguien de determinada manera, o le pones cierto puesto dentro de tu vida, no dejas de verle del mismo modo jamás; a tus profesores siempre les verás como "profesor tal" o "profesora tal", a tus estudiantes podrás llamarles por el nombre de pila, pero siempre los verás como tus estudiantes; si tienes una novia, y terminas con ella, quedará para siempre como ex novia, como un sello maldito o algo por el estilo. En fin, hay excepciones, claro.

—Eso creo —contestó Jean, confundido repentinamente. ¿Por qué su profesor le dijo aquello?

—¿Y se puede saber qué haces a estas horas por aquí? Es un poco raro ver a un alumno solitario en una cafetería, y sobre todo a las ocho de la mañana.

—Ah, regresaba a mi casa.

—¿A tu casa? —Erwin alzó las cejas.

—Sí, es que ayer estuve en la casa de mi novia.

—Invierno, supongo —soltó el hombre—. Si no es primavera es invierno.

—¿Qué?

—Hace frío —y se rió.

—Claro —Jean, de nuevo, estaba confundido—. Bueno, debo irme.

—Me parecía, debes de estar apurado, después de todo, te la pasaste parado al lado mío durante estos cuatro minutos y no te atreviste a sentarte, y mira que eres atrevido —el jovencito se ruborizó y hundió las manos en los bolsillos de su sudadera, como si así pudiera esconder su vergüenza.

Tras despedirse, se dirigió a la puerta y allí aguardó a que una mujer bastante guapa, de cabellos rojos y rizados, entrara. Cuando salió, llegó a sus oídos el vago rumor de que su profesor y ella se saludaban.

En su casa comprendió el significado de lo que le había dicho Erwin sobre el invierno. Por supuesto, se dijo mientras golpeaba suavemente su frente con el talón de la mano, cuando hace frío, la gente busca calor; y en primavera se supone que todos andan con las hormonas alzadas

Samstag LiebeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora