XVII

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Al siguiente día, sábado por la mañana, se encontraron como siempre a las ocho en la cafetería del microcentro. Se sentaron en el mismo lugar, y desayunaron tranquilamente.

—Profesor, ¿podría darme su número de teléfono?

Erwin, como cuando él estaba en preparatoria, entornó los ojos y sonrió de manera peculiar.

—Bueno —le dijo unos segundos después, y le dictó su número.

Extrañamente, jamás se enviaron mensajes. O al menos, Jean nunca tuvo el valor para escribirle uno. ¿¡Por qué no me escribe!? se preguntaba a veces, mientras revisaba la pantalla de su smartphone sin ninguna notificación; luego se golpeaba suavemente la frente con el talón de la mano, él no tiene mi número, decía. El sábado que le siguió a la semana, le preguntó esto:

—¿Cómo sabe que puede confiar en un alumno sólo contándole sobre piedras? ¿Cómo pudo confiar de esa manera en mí?

—Fácil —le dijo Erwin, como si aquello fuera lo más obvio del mundo—. Al otro día no me encontré con una bandada de estudiantes susurrando a mis espaldas ¡ahí va el tipo que se masturba pensando en piedras! Tú no le dijiste a nadie de lo que habíamos hablado, y tú me habías dicho cosas personales.

A veces, Smith lo invitaba a su casa y solían quedarse ahí charlando, pero sólo los viernes por la tarde. Los sábados siempre volvían a su rutina de encontrarse en la cafetería en la mañana. 

Samstag LiebeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora