XIV

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A mediados de junio, sin embargo, dejó de ir. La cafetería ya no estaba entre sus prioridades, y ahora sólo le quedaba el simple recuerdo de un profesor al que admiraba. Habré sido tonto, pensaba en ocasiones, creer que amaba a un hombre que en su vida se había fijado en mí, y con el que sólo charlaba de verdad los sábados a las ocho de la mañana. Erwin Smith venía a su mente de manera vaga en algunos días, pero no se detenía a pensar demasiado en él, ni tampoco su imagen ocupaba continuamente tiempo en su vida.

En Navidad, después de haber cenado y brindado con su madre, y después de que esta se fuera a dormir, él se encerró en su habitación y se acercó a la ventana. Desde afuera, un fresco viento invernal entraba y le besaba la cara; Jean miró las estrellas titilantes en el cielo despejado y de nuevo recordó. Era admiración, se consoló, recordando las palabras del profesor de Historia Contemporánea, y el azul entristecido de sus ojos. ¿Por qué habrás tenido la mirada tan triste? ¿Qué estarás haciendo ahora? ¿Me recordarás?

En silencio, terminó deslizándose entre las sábanas de su cama, y se durmió sin ningún tipo de remordimiento después de haberse masturbado pensando en aquel hombre rubio con el que charlaba, los sábados a las ocho de la mañana, en la cafetería del microcentro. Feliz Navidad, profesor Smith, dijo, rindiéndose al sueño. 

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