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Acostados en la cama, Erwin acariciaba suavemente los cabellos de Jean, que parecía estudiar detalladamente el patrón de hilado de su camiseta.

—Es imposible —le dijo después de un rato.

—¿Qué cosa?

—Que sólo abrazándome, o tocándome el cabello, pueda hacerme sentir muchísimas cosas.

—¿Lo hago? Por favor, deja de tratarme de usted —Erwin se ruborizó—. Me siento más viejo de lo que soy.

—Lo siento... bueno, a lo que iba —el castaño apoyó el mentón sobre el pecho del mayor, y le miró de reojo—. Por ejemplo, cuando estaba con Mikasa, y cuando estuve con alguna que otra chica de primer año de universidad, no sentía nada de esto. Es decir... ¿cómo puedo explicarlo? —Smith se le quedó viendo en silencio, expectante—. Me siento demasiado unido, no de cuerpo, sino de alma, y es algo demasiado profundo. Me da cosquillas, me da muchas cosquillas en el corazón, y me pone muy feliz. Es un sentimiento demasiado emocionante y me dan ganas de llorar.

—Entiendo —le dijo lentamente Erwin, que le besó los labios con cariño pocos segundos después—. Con tus veinte años, todavía tienes un pensamiento muy puro acerca de ciertas cosas.

—¿Lo cree? Digo... ¿lo crees? —se corrigió.

—Es así. Y eso es algo que me gusta de ti.

—¿De veras?

—De veras, Jean. 

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