Capítulo V

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Habían pasado dos semanas desde que el señor Robín de Locksley había tenido aquel accidente, del cuál había salido con vida milagrosamente. Regina, como la traumatologa a cargo de este caso, después de informarle a la señora Catalina que su hijo estaba en coma definitivamente, pues ni siquiera ella sabía cuando despertaría, la mujer se dedicó a visitarlo por las mañanas , para cuidarlo y hablarle, pues le habían dicho que de alguna manera eso funcionaba. Era difícil en ocasiones pues Catalina trabajaba en un laboratorio de análisis clínicos con un turno de doce horas por la noche, lo cuál le causaba problemas cuándo quería cuidar de Robín por la noche, así que las enfermeras hacían ese trabajo, las cuales lo podían tratar cuanto mejor se pudiese, después de todo, era un cuerpo en estado vegetal alimentado por sondas.

-Regina, necesitó que vengas a mi oficina con urgencia. -pidió Gold mientras abandonaba el área privada de trauma-

-Claro que si, en un momento, sólo tengo que revisar al señor Locksley. -dijo Regina quien se encontraba tomando su café como todas las mañanas-

-Es sobre él quien quiero hablar, puede revisarlo después de que yo hablé con usted. -sugirió el hombre mientras salía del lugar y se dirigía a su oficina -

-¿Que te dirá ahora? -preguntó Mary Margaret sería-

-Espero que sea algo bueno. -respondio Regina saliendo de ahí, para dirigirse a la oficina del Sr. Gold-

En el camino no podía pensar en otra cosa más que en un regaño, pues ella era de esas personas que se creaban ideas malas, muy malas, cuando alguien nombraba el típico "Tenemos que hablar" creía que Gold quizá la despediría o algo peor, eso no le preocupaba tanto, con su experiencia podría conseguir un trabajo con el mismo interés en una traumatologa como ella y aún más viniendo de Brookwood. Lo que le preocupaba era su madre, Cora Mills, pues, desde la muerte de su padre o mejor dicho desde siempre, sus ideales con su hija fueron demasiado elevados y en cierto modo, estrictos, pues aquella mujer castaña buscaba siempre lo mejor para su hija, aunque en ciertas ocasiones a Regina le hacia creer que no la quería, ella con el paso de los años comprendió y tuvo que dejarse moldear por su madre, aunque sólo se lo permitió unos años, pues Henry Mills, su padre, falleció y ella convenció a Cora de iniciar de nuevo, olvidándose de todo lo malo por lo que habían pasado, ella accedió, y así fue como llegaron a California, pero, de lo único que la morena no se pudo deshacer fue de su carácter tan estricto y aveces mal genio de Cora. Es por eso, que ella buscó un trabajó y enseguida trató de ser lo mejor en lo que más amaba, y el hecho de que Gold fuera a despedirla o algo peor, implicaba tener que enfrentar a su madre y sus palabras tan frías, duras, algo que a Regina no le gustaba para nada.

Oficina de Gold

-Cierre la puerta, doctora Mills. -pidió mientras él, se recargaba en su sillón de cuero-

-¿Que necesita, jefe? -preguntó Regina con la voz seca-

-Necesitó que tome asiento y escuché la orden que le tengo asignada a continuación. -respondió el hombre de largo cabello sonriendo-

La morena sólo tomó asiento y poso sus manos sobre sus rodillas, pues, según ella, le ayudaba a controlar un poco los nervios, dio una leve sonrisa y comenzó a escuchar a su jefe.

-Señorita Mills, esperó aún recuerde a su paciente Robín de Locksley. -mencionó el hombre mientras se paraba de su asiento-

-Claro, señor, lo recuerdo, sigue en coma y en cuanto yo salga de su oficina tengo que hacerle un chequeo médico como todos los Lunes, cada semana. -dijo ella con su respiración más tranquila, al parecer no eran malas noticias-

-Usted hizo un muy buen trabajo, logró salvarle la vida, desgraciadamente su esposa e hijo nonato, fallecieron. -recordó Gold sin mostrar pena alguna-

Dependo de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora