952 71 1
                                    


Todo comenzó a la mañana siguiente, mis ojos se abrieron perezosamente, y entonces recordé que Sebastian no estaba ahí para prepararme un té y correr las cortinas. Esperé sentada en la orilla de la cama a que papá entrara por la puerta con una bandeja de té........ nunca entró, lo tuve que hacer todo yo, me vestí, peiné, bajé a la cocina hambrienta, pero nada, el lugar estaba desierto.

Como toda niña, corrí en busca del adulto, su habitación, nada, su despacho... Me detuve en seco al toparme de frente con esa gran puerta de madera, nunca había entrado ahí. Tres golpeteos fueron suficientes para que la voz de mi padre se escuchase "adelante". Confiada por tratar con mi propio padre entré con esfuerzo, empujando el pesado portón.

- papá - metí la cabeza, estaba sentado en su despacho, viendo papeles, nunca me miró - tengo hambre - levantó la mirada, enmarcando una ceja.

- para eso está la cocina - entré completamente a la habitación.

- pero Sebastian dijo que no debía acercarme a la cocina, es peligroso para una pequeña humana extraña como yo - tambalee mi peso de un pie a otro jugueteando con las manos en espera de su respuesta.

- no tengo tiempo para esto - dijo finalmente, se levantó y caminó a mi dirección, sonreí, creyendo que me cocinaría, que estupidez, en vez de eso me empujó por la espalda hasta la salida de su despacho, antes de cerrar la puerta me escupió las palabras más dolorosas que pudo darme en esa época - no me importa qué te pase, cocínate a tí sola - cerró de un portazo, en mi cara.

Eso me lleva al relato de mi primera vez cocinando, con ayuda de una silla logré llegar hasta la alacena, saqué un cereal, leche refrigerada, un tazón, cuchara, listo. Mi desayuno, un cereal.

Desayuné, comí y cené cereal por toda una semana, por culpa de ese hombre terminé odiando al cereal. Después de eso me ví obligada a utilizar fuego, un horror, el agua se me evaporó, las especies chamuscadas, apenas y no le quemé su estúpida cocina.
•••

En mi cumpleaños número 8 no hubo nada en especial, sólo un día como cualquiera, yo tratando de no quemar mis huevos revueltos, papá encerrado en su despacho. Casual, ya me había acostumbrado a no tener tarta de cumpleaños, Sebastian ya no me hacía pastel por lo mismo que lo rechazaría,  pero en su lugar preparaba cosa similar, como flan o pay de limón. Ya me había hecho a la idea de no recibir nada en ese cumpleaños, un año viviendo con papá era suficiente para saber que no me felicitaría siquiera.
•••

- ¿a dónde me llevas? - a mis ocho años comenzó la pesadilla, papá me había levantado de madrugada, me obligó a salir de la cama y salir a la calle fría, ni siquiera me dejó ponerme las pantuflas. Le seguía el paso con trabajos, las piedras que conformaban las calles entraban en contacto con la piel de mi pie. Hasta que un pequeño pero no insignificante trozo de vidrio se me clavó - ¡auch! Papá me duele - ni siquiera paró por eso, siguió hasta llegar a un callejón.

- quédate aquí Isabella -

Esa fue la primera vez que me llamó por mi nombre, ya era un avance, y sólo por eso le obedecí, quedándome ahí sola, temiendo por mí, pero sin desobedecer a papá. Casi me desmayé al ser amordazada por dos tipos, logrando inmovilisarme, cubriendo mis ojos y boca. Uno de ellos me cargó como costal de papas, me tumbó en el asiento de una carroza, llevándome a una carcel abandonada, la misma carcel que en la actualidad es un museo muy famoso, lo chistoso es que la celda en la que me encerraron ya hace un siglo atrás es la atracción principal, como dije, me votaron en una celda, soltándome de todo a todo, sus sombras me provocaban terror, cerraron la celda dejándome ahí, cubierta por la oscuridad y sepulcral silencio.

Casi muero por su culpa, hasta mis doce años supe sus razones, en total casi muero como ..... Diez veces.

Esa fue la primera vez que lo ví como demonio, se movía tan rápido que los hombres no lo veían, pero yo sí, es como si corriera normal para mis ojos, no sabía por qué esos tipos no lo veían, para mí se movía lento. También identifiqué sus ojos, no eran azules, estaban rojos, comió el alma de su presa enfrente de mí la cual era el líder de ahí, le importó un carajo que yo estuviera presente.

Esa fue la única vez que no se demoró demasiado en ir a buscarme.

Con mi trauma, herida de pie y congelamiento de huesos entré a la mansión, confundida y aterrada, ¿desde cuándo papá hacía eso?, me preguntaba a cada minuto, yo solita me traté las heridas, si así puedo llamarlo, era tanta mi inocencia que no curé bien, aún tengo mi cicatriz, de milagro no se me infectó y morí. De hecho, me concidero como toda una sobreviviente, una leyenda viviente, pues yo sola me alimenté y cuidé a tan corta edad.

Nueve años, Dies años, Once... Y por fin lo que tanto esperaban, mis doce años, la edad en la que estalló la bomba.

Ya había pasado por varias sectas, no había parte de mi cuerpo sin herida o rasguño, ya había perdido la cuenta de las veces que me  había encontrado encerrada o acostada en una cama de piedra. Y ese día no era la excepción, en esa ocasión juro que la ví venir, una daga casi termina en mi corazón, si no hubiera sido por su llegada seguro que estaría muerta. Y todo por cobrar la deuda del hombre que me acuchillaría, su comida, lo tragó enfrente de mí, ya estaba más que acostumbrada por supuesto.

(Nota: este acontecimiento es el mismo que se narra al principio de la historia, la parte escrita en cursiva.)

Volvimos a la mansión, yo directa a curarme como podía, pero esa noche me encontré con la sorpresa de ver una figura alta, delgada y elegante parada en el salón principal.

- ¡Sebastian! Sabía que volverías - corrí, pero antes de abrazarlo, el hombre se dió vuelta. No era Sebastian, paré en seco desepcionada, triste, un poco cabreada.

- no soy Sebastian, Isabella - el hombre sonrió, yo torcí el gesto - me presento, soy Claude -

- ¿qué haces aquí? - escuché a mi padre desde atrás, Claude hizo caso omiso y con su pulgar enguantado acarició mi mejilla, manchando la blanca tela con mi sangre.

- qué bien cuidas de la hija de Elizabeth, Ciel - otra voz apareció desde atrás de Claude, era un hombre rubio este llegó hasta mí, y sin rodeos me miró a los ojos, sus verdosos ojos se tornaron rojos, sentí cómo algo dentro de mí comenzó a abandonarme, lo separé violentamente hacia atrás, torcí el gesto, desagradable - es mitad demonio pero aún tiene alma humana, ¿extraño no? Imagínate lo bien que sabrá su alma -

La Hija de Ciel PhantomhiveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora