Capítulo XXI

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Capítulo XXI:

Donde comienzan a acabarse las palabras:

Lunes, 4 de marzo de 1996. Día cuatro, 5:58 am (¿? Horas para el Juicio Final).

Sara no supo cuándo dejó de correr, sólo que había pasado por mucho la iglesia cuando se detuvo, y que al emprender el camino de vuelta, el sol ya había comenzado a salir, el calor golpeándola incluso a con la sudadera oscura.

Pero no podía detenerse, no podía dejar de correr, a pesar de que sentía que todo su cuerpo ardía en llamas, a pesar de que la herida en su pecho quemaba también, y el mundo comenzaba a desdibujarse como un paisaje borroso a su alrededor. No dejó de correr hasta que alcanzó la iglesia, subiendo las escaleras a trompicones, sin poder oír más allá del latido frenético de su corazón.

Las puertas se cerraron tras ella con un ruido seco, y se detuvo en medio de la todavía oscura sala, con los ojos fijos en el altar, hasta que las lágrimas empañaron sus ojos y el Cristo Crucificado en la pared contraria desapareció, hasta que la Santísima Virgen, los santos y los ángeles no fueron más que borrones en su memoria.

¿En qué momento te pareció que algo de eso seguía la voluntad de tu Dios o de cualquier otro?

Sara creía en un Dios, siempre lo había hecho. Venía de un país que era descrito en la historia no sin falta de pruebas como extremadamente católico, y a pesar de que su larga vida le había hecho cuestionarse la naturaleza del Creador, seguía creyendo en él- Era precisamente por eso que sabía que estaba condenada.

Pero ¿Quién era exactamente Dios? ¿Cómo era? ¿Controlaba todo lo que ocurría, como decía mucha gente, o era simplemente un mudo espectador del mundo que había creado, uno que observaba silenciosamente los pasos de sus hijos hasta el Juicio Final, incapaz de intervenir?

¿Y si en realidad no quería intervenir?

¿Dónde estaba? ¿Eran los vampiros parte de su obra o sólo un inesperado accidente? ¿Formaba parte de su plan, crear una especie condenada al infierno, como los demonios que reinaban en ese lugar?

Estaba allí, lo sabía, tenía que estarlo, pero... ¿Por qué a ella? No había hecho nada malo durante su vida mortal, su único error había sido enamorarse, tratar de ser feliz ¿Cómo podía estar eso mal? ¿Cómo había podido ofenderlo hasta el punto de acabar convertida en una más de los condenados? ¿Al punto de morir por ese mismo amor que la convertiría, sin que nadie jamás escuchara su voz? ¿Al punto de que su misma existencia fuera un pecado?

¿Era ese el plan que el destino había tenido también para Sofía? ¿Un amor imposible que terminaba en la muerte, en las llamas del infierno eterno, en la negrura de la noche sin jamás poder contemplar la luz del sol?

¿Por qué?

¿Por qué?

¿POR QUÉ?

Negó con la cabeza y se dejó caer al suelo, cubriéndose la cara con las manos para que nadie la viera llorar. Las ventanas de la iglesia se iluminaron, los colores de los vitrales reflejándose en las paredes, en los bancos y en el suelo, iluminando las figuras de santos de siglos atrás, de madres que veían morir a sus hijos, de hijos que morían para revivir a la humanidad...

Pero ella seguía en la oscuridad, siempre lo estaría. Sumida en la oscuridad, a pesar de estar rodeada de luz.

A pesar de anhelar la luz, esta no llegaba nunca.

¿Por qué?

Si realmente me oyes, respóndeme sólo eso.

...

Leyendas Inmortales II: Mil años másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora