Capítulo XXII

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Capítulo XXII:

Donde reinan las ilusiones:

Lunes, 4 de marzo de 1996. Día cuatro, 6:30 (¿? Horas para el Juicio Final).

Nicolas no había podido dormir. Lo había intentado, pero por más horas que pasó acostado y con los ojos cerrados, el sueño no venía. La adrenalina que recorría su cuerpo le recordó a las noches antes de ir de cacería con sus hermanos, y se preguntó si era efecto del tiempo, o en serio la preocupación de entonces era menor comparada a la que sentía ahora.

Probablemente lo segundo. En las cacerías sabía que regresaría -o al menos, siempre había creído que lo haría-, ahora... Bueno, ahora no estaba tan seguro.

Se sentó, apoyando la espalda en la pared, y por diez minutos no hizo sino observar los rayos del sol que se extinguía, perdido en sus pensamientos. Quizás no sería tan malo morir. Mejor que servir a la corte para toda la eternidad, en cualquier caso, aunque dudaba que incluso su muerte los privara de cumplir con su amenaza.

La luz del sol, cada vez más distante, se fue encogiendo más y más hasta finalmente desaparecer. El cielo fue de celeste a gris, todavía no el azul oscuro al que estaba acostumbrado, pero sí suficiente como para que pudiera levantarse y caminar hasta uno de los arcos del campanario.

No sabía por qué siempre terminaban en Inglaterra. El país parecía traerles una especie de mala suerte, y partiendo desde el mismísimo primer encuentro hasta el momento presente, no habían podido poner un pie allí sin que sus no vidas peligraran visiblemente. Los edificios antiguos que convivían con los modernos, carreteras de piedra y de asfalto, farolas y luces artificiales. No había nada particularmente especial, nada que destacara a esa región de otras cien en Europa, y sin embargo, algo seguía atrayéndolos allí, un embrujo que rayaba en el masoquismo.

Un ruido detrás de él llamó su atención, sacándolo de su trance. Sara se movía en sueños, acomodándose de costado antes de volver a quedarse quieta. No quería tener que despertarla, pero sabía que pronto tendría que hacerlo. No quería que fuera, en realidad, pero la Corte la encontraría de cualquier manera, y sabía bien que las pistas de Sofía eran para ella. Era ella a quien su hermana esperaba, no a él.

Para bien o para mal, para salvarlos o matarlos, era a ella a la que esperaba.

Y no había mentido, era la única opción que tenían. ¿Era posible huir de la Corte, burlar de alguna manera al organismo capaz de leer tus pensamientos y encontrarte en cualquier rincón de la tierra?

¿Era posible escapar de la Muerte?

Abajo, un grito llamó su atención, y al bajar la mirada distinguió a un niño en la calle que, tomado de la mano de su madre, señalaba algo que ella no veía, gritando desesperado. Poco a poco, otros niños comenzaron a gritar, y los llantos llegaron hasta el campanario como traídos por el viento. Los llantos de quienes enfrentaban sus pesadillas, de los únicos que podían verlos.

Demonios sombra.

El cielo se oscureció, el gris plomo pasando a azul cobalto y luego a negro.

El cielo de las 6 de la tarde nunca era negro.

Nubes espesas del mismo color se acumularon sobre la ciudad, las calles llevándose de una neblina densa y gris cuya uniformidad era rota solamente por la luz de las farolas, tenue y cada vez menor.

Ya comenzaron.

La Corte tenía prohibido ir hasta ellos hasta medianoche, sus propias reglas los obligaban a darles ese día, quisieran o no... Pero nada les prohibía complicarles las cosas.

Leyendas Inmortales II: Mil años másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora