Enkatengo

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Ya tenía un año y solía salir temprano a explorar sola.

Más tarde, mi madre se despertó y, al ver que no estaba, otra vez, me buscó y me llamó. De hecho, ¡se subió en un termitero para ver mejor! Me pareció gracioso y fui hasta ella. Como era habitual, no me saludó; dijo que teníamos una cría de impala muerta escondida. Sin dudarlo, me puse a buscarla, desarrollando todos mis sentidos más depredadores y felinos... ¡La encontré! Estaba en un árbol, la bajé y la subí en otro que me gustaba más. Después, me comí el cadáver subida en mi árbol.

Mi madre me observó con atención.

Cuando terminé, bajé del árbol y me coloqué cerca de mi madre; estaba preparada para que me limpiara. Sin embargo, parecía malhumorada y no lo hizo. No quise preguntar; me fui a pasear por su territorio para darle tiempo a que se relajara.

Me encontré un animalito duro; estaba protegido por un caparazón. Empecé a jugar con él: lanzándole para los lados, arañando su dura coraza e intentando cogerle y morderle. Creo que era una "tortuga" y parecía estar muy asustada. Me empecé a aburrir y dejé a la tortuga. Luego, vi una ignorante fétida de esas; no se percató de que estaba cerca de ella. Comencé a seguirle y, lo más extraño, era que esa hiena estaba sola; pero, eso no quitaba que fuese peligrosa. Yo estaba agazapada en unos matorrales y, entonces, me levanté y grité: "¡Lentorra!" La hiena se volvió y, antes de que diera un solo paso, yo estaba huyendo a toda velocidad. ¡Está claro que son unas lentorras!

Fui a buscar consuelo en mi madre; la conté lo sucedido. Pero, ni siquiera me escuchó. Solamente, se fue. Me quedé perpleja; no iba a reaccionar, no sabía qué hacer, llegué a pensar que jamás me había querido... Entonces, al ver mi cara, se volvió y me aconsejó, dulcemente: "Enkatengo, recuerda todo lo que te he enseñado. Has de vivir tu vida y afrontar tu futuro. Pero, tranquila, te irá bien. Después de todo, eres muy valiente e inteligente. Adiós, Enkatengo". Sí, mi madre tenía razón. Tenía que aprender a arreglármelas sola, y ya sabía lo que tenía que hacer. Su voz cálida y relajante rebotaba en mis tímpanos; una y otra vez. No fue, tal vez, la despedida tierna y cariñosa que me esperaba, pero, a mí me pareció lo más bello que había escuchado jamás.

Entonces, yo también me despedí: "Adiós, mamá. Gracias por todo". Lo que no supe en ese mismo momento es que no la volvería a ver nunca más.

Enseñanzas de los leopardosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora