La fragilidad

52 1 5
                                    

Ygritte no podía dejar de pensar en que le tocaba dormir con Tormund. Pero según le habían comentado el resto de salvajes en días anteriores, tenía mujer y cuatro hijos ya; aunque aquello tampoco le tranquilizaba mucho. A muchos hombres del Pueblo Libre les gustaba seguir metiéndose entre las pieles de las norteñas aún con familia. Así que esperó que el pelirrojo no fuera uno de ellos. La joven estaba nerviosa y sonrojada, seguía sin poder creer la mala dicha que tenía y seguramente, tuviera que aguantar los ronquidos de Tormund mucho más cerca de lo que estaba habituada.

Desde que sacaron los palos Tormund no había quitado el ojo de encima a la muchacha e Ygritte no sabía como interpretarlo. Desconocía si era bueno o malo, pero el resto parecía estar ausente. Tal era el silencio que sólo oyeron el masticar de los dientes mientras desmenuzaban el ciervo y bebían del pellejo. A diferencia de la noche anterior, esta tenían fuego y comida caliente, los sacos llenos y muchas ganas de dormir. Estaban realmente agotados y se notaba tanto el ascenso como el descenso al Muro. Dejaron la lumbre encendida y cada uno se dispuso a dormir en el suelo de la planta baja, lo que significaba que ya era hora de domir para los que le tocaron la boardilla.

Ygritte subió sola y dejó que Tormund apurase la cena y la bebida. Con un poco de suerte cogería el sueño antes de que el hombre llegase y así sus ronquidos no la desvelarían. La pelirroja terminó de subir las escaleras y se acercó al colchón. Nada más sentarse notó que era blando mucho más que la nieve y mucho más que cualquier sitio donde había dormido. Se descalzó y dejó las botas alejadas de la cama. Y aquellas fueron las únicas prendas que la muchacha se quitó. Lo siguiente que hizo fue acostarse en la cama y echarse las mantas encima. El calor era reconfortante y su cuerpo necesitaba el descanso. Cerró los ojos y cuando todo se hizo negro se durmió.

*****

Transcurrieron unas horas hasta que Tormund decidió subir a la boardilla. Se notaba que el hombre estaba agotado y había bebido algo más de lo habitual. Subió como pudo las escaleras, se quitó las botas y las pieles, y se metió con los pocos ropajes que le quedaban en la cama con la muchacha. Percibió que la joven estaba mucho más abrigada que él y se acercó a ella para ver si estaba dormida. Retiró su pelo rojo como el fuego de su cara y vio que la chica tenía los ojos cerrados. Tormund pensó que la muchacha estaba tan relajada que parecía un animalito desvalido. Se echó hacia el otro extremo de la cama haciendo el menor ruido posible para no despertarla y se dispuso a dormir.

A la mañana siguiente, Ygritte despertó con un calor infernal y con agobio. Sentía como si algo la estuviera aplastando. Su respiración se entrecortaba y sentía como si el peso del mundo cayese sobre ella. Abrió los ojos y lo primero que vio fue a Tormund encima de ella, abrazándola como si de un peluche se tratase y rodeándola con sus enormes piernas. La muchacha se horrorizó al ver la imagen y le arreó con la mano que tenía suelta.-¿Estás cómodo o qué?-contestó de muy mala gana mientras el salvaje se despertaba con un alarido por el golpe. La muchacha se echó a reir y el salvaje hizo lo mismo, hasta que la joven cambió el rostro.-La última vez que compartimos cama Tormund...La última. Aunque míralo por el lado bueno, no he tenido que cortarte las pelotas. No soy tu almohada, espero que lo tengas claro...-finalizó mientras se atusaba el pelo con los dedos.

Ygritte se calzó las botas y bajó las escaleras, tenía ganas de tomar algo y sentar el estómago pues se había levantado con un dolor terrible. El pelirrojo siguió sus pasos y ambos bajaron casi a la par, lo que generó los cuchicheos de los salvajes y los celos de Orell. El pobre iluso aún pensaba que tenía algo que hacer con la pelirroja, aunque esta le había rechazado en varias ocasiones.-Arriba todos- comentó Tormund al tiempo que los salvajes se ponían en pie.-Ayer recogimos la huerta y hoy toca matar a los pocos animales que tenía el granjero. Son dos cerdos y una cabra...No es muy complicado.¡Venga fuera todos!- finalizó, parecía que el hombre se había levantado de mal humor aquella mañana.-Tú no pelirroja, tú te quedas-expresó.

La muchacha hizo caso a sus indicaciones y se sentó a la mesa.-¿Por qué me quieres aquí?- preguntó la joven. -Para decirte que marcharemos hacia el Castillo Negro, Mance me ha pedido que contemos cuántos hombres son...Antes o después pasaremos el Muro con o sin su ayuda.Los Cuervos, ya sabes que no nos lo pondrán nada fácil Ygritte...-dijo mientras se rascaba la barba. La muchacha le notó preocupado, algo inquietaba al hombre. -Tormund...¿qué te preocupa?- expresó la muchacha con cariño.- No creo que muchos salgamos con vida si nos quedamos, pero si vamos al Castillo Negro y lo atacamos también sufriremos. Allá donde miro sólo veo muerte...- finalizó echándose las manos a la cabeza.- Saldrá bien, los Cuervos son unos imbéciles y nuestro ejército es numeroso. No tienen nada que hacer con nuestras tropas ni con los gigantes. Tienen las de perder- explicó de manera franca la pelirroja.

Tormund se levantó de la mesa y se acercó a las llamas pensativo, reflexionando sobre las palabras de la muchacha pues quizás tuviera razón. El hombre se calmó por un instante.-No quiero que hables de esto con el resto pelirroja. Si la ilusión se desvanece el Pueblo Libre se separará de nuevo.-finalizó.-No es que tuviera pensado hablar con nadie, pero creo que la advertencia no es necesaria. No soy de agrado para algunos de ellos.-espetó mientras el hombre se sentaba sobre la mesa, justo en frente de ella.-No dejes que las opiniones del resto varien un ápice de lo que tú eres.-le dijo a la par que le retiraba el pelo de la cara.-Ni mil hombres como ellos, valdrían lo que tú.

Besada por el FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora