El cambio

147 7 0
                                    

Habían pasado dos lunas y aún tenía pesadillas por las noches. No podía siquiera sujetar el arco por las mañanas y se alejaba del grupo. Quería estar sóla y se había convencido a sí misma de que lo merecía: «Es mi culpa...se fueron por mí. Soy una vergüenza...»
No superaría aquel sentimiento con facilidad ni remotamente pensó que pasaría un día sin tener que recordarlo. Pero toda herida sana y el Pueblo Libre haría más por ella de lo que jamás habría pensado.

En esas dos lunas había estudiado al grupo detenidamente, tenía que hacer vida con ellos y con su carácter podría no llevarse bien con algunos. Eran un equipo de siete personas, contando con ella, y dos eran mayores. Rondarían la misma edad que la de sus padres. El resto eran salvajes jóvenes y no había niños, eso era bueno los críos no les retrasarían. La más joven sin duda era ella, pero para su edad estaba desarrollada.

Ygritte tenía una buena mata de pelo rojizo como el fuego, alborotado y descuidado, pero bello. Tenía los paletos un poco separados, la nariz respingona y las mejillas invadidas por pequeñas pecas. Su rostro era amable y sus facciones no eran marcadas como las de su padre, sin duda era un claro reflejo de su madre a pesar de no compartir con ella nada más que el aspecto.

Desde pequeña sentía un cierto rechazo por parte de su madre y sin embargo, era la niña de los ojos de su padre. Seguía pensando en ellos y sabía que no habían fallecido, por ello constantemente se preguntaba por qué la habían abandonado, por qué se habían marchado sin ella, por qué no querían pasar al otro lado del Muro sin su compañía... Eran tantas las preguntas que le provocaban dolor de cabeza y no le hacían ningún favor en su integración en el grupo.

A la cuarta luna Tormund se cansó, harto de aguantar que la pelirroja no se integrase, no cazase y se comiera las provisiones del resto. Había aguantado bastante sin decirle nada, pero aquel día saltó. -Hay que coger más ramas- comentó el salvaje agarrándola del brazo. -¡Levanta, no tengo toda el día!- espetó con intención de que le oyese el resto, mientras los mayores asentían el gesto. La muchacha le hizo caso y ambos se dispusieron a la tarea.

No se alejaron mucho del grupo, pero sí lo suficiente para que el resto no les oyera. La salvaje empezó a recoger ramas y Tormund la miró frunciendo el ceño. -Deja eso- le dijo -mi intención no es recoger ramas, mi intención es hacer que espabiles.- Ygritte soltó los cuatro palos que había cogido y miró a Tormund con expectación. -Tú dirás...- soltó con pocas ganas.-Me estoy cansando de aguantarte niña, te comes nuestra comida, no hablas, no cazas, no haces nada por el resto... Si no avanzas te dejaremos aquí y no voy a lamentarme por dejarte atrás. Me escuchas, no lo haré.-concluyó mientras se rascaba la barba.

La salvaje se quedó en blanco, era la primera vez que le presentaban la soledad. El aislamiento. Y aquello no le gustaba. Como mucho podría aguantar una semana sola, pero se volvería loca sin tener compañía humana. Había visto la locura no hacía mucho y no quería acabar así, no era el final que más le entusiasmase. Bajó la cabeza y contestó a su compañero: No sé, cómo afrontarlo...- farfulló mientras el pelirrojo la miraba asombrado, pues no sabía a qué se refería. -¿El qué niña?- preguntó Tormund.

Ella se sentó en un tronco y se echó las manos a la cabeza, los ojos se le tornaron vidriosos y se tragó su orgullo. Debía avanzar o estaría perdida. -El día que me uní a vosotros, no estaba despidiendo a todo mi grupo...-comentó con tono entrecortado-Venían mis padres también...pero no...pero yo...- intentó continuar pero se rompió. Fue entonces cuando Tormund se agachó a mirarla, posó su mano en el hombro de la chica y la consoló cómo pudo, no tenía demasiada idea ni sabía que hacer en esos casos pero lo hizo. Tardó un poco en reaccionar,pero al final supo qué decir: No tienes por qué contarme más. Olvídalos. Haz lo mismo...ellos lo hicieron contigo.

Ygritte se quedó perpleja, no había visto la situación desde aquella perspectiva. Siquiera pensó que quería ella. Se levantó del tronco, echó la mano a la espalda y cogió su arco. Se apartó de Tormund lo suficiente, agarró una flecha de su carcaj y disparó contra el cuervo que estaba sobrevolando. La presa cayó ante sus pies, la muchacha lo cogió, sacó la flecha y miró al pelirrojo.-Coge las ramas, yo llevo la cena.- finalizó.

Besada por el FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora