Tenía los brazos doloridos de los zarpazos de la fiera y las lágrimas no paraban de brotar de sus ojos. «Es el fin» pensaba. Había utilizado los brazos como escudo y la sangre que corría por ellos terminó cayéndole en la cara. El frío congelaba las gotas rojas al igual que pasó con sus lágrimas. Quería que todo acabara, que el animal no le hiciera más daño, anhelaba un mal golpe en la cabeza que la sumiera en la oscuridad absoluta.
Cerró los ojos esperando el fin, pero no llegaba. El oso emitió un voraz alarido y se volteó. Ygritte aún asustada y con los ojos empapados pudo observar que el animal sangraba por la espalda y oyó unas risas.-Eso no te parece tan divertido, JÁ. Ygritte ni te muevas.- le gritó su colega mientras la señalaba con el hacha. En lo que ella se había defendido, Tormund había propinado un hachazo al animal en la espalda.
El resto se había colocado en círculo rodeando al animal, en lo que Tormund había logrado herirlo. Todos llevaban sus armas, incluso Sybella tenía entre las manos un tronco en llamas. Cada salvaje atacaba al oso en una parte distinta, pero el que más acertaba era Tormund. Aquello denotaba su experiencia con ataques de animales salvajes. Al ver la unión de sus compañeros, un sentimiento de protección hizo que Ygritte se levantara e hiciera caso omiso a lo que el salvaje le había dicho.
Agarró su arco y olvidó que sus brazos le dolían, lo cargó y esperó el mejor momento. Sus compañeros, estaban dejando al animal sin aliento y el oso había respondido a sus ataques con más ferocidad, pero al estar malherido no tenían tanta efectividad. Ygritte se arrodilló, cansada, mareada y aún con la vista nublada atinó el tiro. Directo a la cabeza. La punta de la flecha salió por una de las cavidades del animal y Tormund observó la imagen desde un primer planp. El oso se desplomó contra el suelo y a continuación, la pelirroja se desmayó.
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Abrió los ojos y vio que el pelirrojo estaba sentado junto a ella. -¿Qué ha pasado?- preguntó la joven. -Te desmayaste en la nieve...te curamos las heridas en lo que descansabas. ¿Te siguen doliendo los brazos?- preguntó el salvaje. -No.- mintió descarada. -Deberíamos seguir con la marcha Tormund, si nos quedamos demasiado podríamos sufrir un ataque...- comentó. -¡Nos quedaremos aquí hasta que mejores!- finalizó el salvaje.