El Pueblo Libre

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Los anocheceres sucedían a los días y el grupo avanzaba a paso ligero. La amenaza estaba cerca, sentían el frío calarse en sus huesos y los animales aguardaban cada vez más sin salir de su guarida. Sólo nieve y árboles les rodeaban, y desde la lejanía se veía el reflejo del sol en el Muro. Le habría encantado estar más cerca de él, pues había escuchado que la construcción se había alzado con magia.

En los intentos conocidos por derribarlo habían perecido los grupos, dejando a su paso un reguero de muertes con un final claro: las cenizas. El Pueblo Libre había intentado todo, desde quemarlo hasta excavar para traspasarlo por debajo.Pero finalmente, la mejor solución era escalarlo ya que a la Guardia de la Noche le resultaba imposible vigilar la longitud al completo de semejante construcción.
Pero el Muro estaba lejos, lejos por ahora de sus planes pues más adelante acabaría por conocerlo.

Ygritte se había integrado en el grupo y éstos habían percibido su carácter ácido. A pesar de ello, la muchacha se llevaba especialmente bien con el otro pelirrojo del grupo, Tormund, quien sin duda le había sorprendido para bien. Jamás pensó que tras acariciarle con su daga podían hacerse amigos y menos que fuera leal (le había guardado el secreto).

Sin embargo, con Syballia, la otra salvaje, no había logrado crear ningún vínculo. La otra salvaje era alta, con facciones marcadas, ojos negros y pechos abundantes. Aquellas características llamaban la atención de más de uno. Era también algo descuidada, sin habilidad para ir de caza y con poca conversación. Ygritte llegó a pensar que la joven no tenía lengua, pero una caldeada situación con el cambiapieles había resuelto su duda. Aquel muchacho sacaba de quicio a cualquiera, no era para nada agraciado y estaba constantemente pendiente de Syballia.

En plena noche cerrada se habían dispuesto a descansar en torno a la hoguera, conformando un círculo. Los mayores y las mujeres colocados en la parte más cercana y el resto rodeando a su vez a los anteriores sin llegar a tocarse. El frío era soportable, no hacía falta recurrir al calor humano o al menos seis de ellos estaban de acuerdo. Orell en cambio no opinaba lo mismo y decidió acortar distancias con Syballia.

Acercó su cuerpo a la muchacha, mientras esta estaba dormida. Pero la joven tardó poco en despertarse al sentir la presión sobre uno de sus senos. -¿Qué haces?- preguntó a la par que le daba un manotazo. -No pasar frío- contestó él mientras su otra mano se dirigía a su sexo. La muchacha, carente de habilidades con las armas, se quedó perpleja sin saber qué más hacer. Decidió aguantar al menos un instante hasta quedar convencida de que Orell estaba entretenido. Alargó la pierna y dio un pespunte a Ygritte en el hombro.

La salvaje despertó de mala gana y cuando sus ojos se adaptaron a la luz del ambiente vislumbró lo que pasaba. Se levantó con cuidado y sacó su daga de la funda. Intentó acercarse sin hacer ruidos, reptando como si de una serpiente se tratase, hasta estar segura de tener una buena posición. Agarró del pelo a Orell y tiró con fuerza hacia ella, desfilando por su cuello la daga con un dulce cosquilleo. -¿Ya no te diviertes?- susurró mientras hacía fuerza en la cabeza. El muchacho dejó sus manos a la vista y Syballia se movió de lugar, no sin antes darle una patada en sus partes.

El grito de dolor despertó a todos los del grupo. -¿Has vuelto a hacerlo, pedazo de cabrón?- comentó Tormund apretando el puño y al ver que Ygritte lo tenía bien agarrado se calmó.- Si no fueras un puto cambiapieles te dejaba aquí tirado, pero Mance te quiere con vida...-concluyó mientras pensaba qué podían hacer con él. Se frotó la barba y mientras Ygritte se impacietaba, aquel desgraciado no merecía perdón alguno.- A mí se me ocurre algo Tormund...- comentó la pelirroja mientras apretaba la daga contra el cuello- Le cortaremos las pelotas, no creo que nadie vaya a follar con él.-

Orell comenzó a temblar como una hoja y Tormund se sonrío con la propuesta.-Cortarle la verga quizás le deje sin sus putos poderes, pero déjale un recuerdo que sea visible. Así los demás preguntarán por la herida.- concluyó. Ygritte asintió y corrió la daga hacia la mejilla, no eran muy carnosas asi que la marca duraría mucho más. Talló una flecha boca abajo, en dirección a sus labios y disfrutó mientras lo hacía. Orell en cambio no pareció divertirse con aquello y la pelirroja esperó que la señal le recordase que no todo valía.

La sangre bañó sus dedos y se detuvo en la muñeca. La sensación era cálida y el resultado era agradable, justicia lo llamaban. Ygritte se levantó, limpió su daga entre sus pieles y bebió de su pellejo. Tenía tan sólo doce años y le habría encantado cortarle los huevos, quién sabe si quizás pasadas unas cuantas lunas pudiera hacerlo.

A la mañana siguiente, se despertó con la primera luz del alba y vio que Tormund tenía ojeras. -Veo que no has dormido bien, aunque no fue tan mala noche después de todo...-comentó mientras esbozaba una sonrisa, dejando a entrever la separación de sus dientes. Tormund la abrazó de medio lado, dando así su aprobación.- Para ser tan joven, actuaste rápido. Vas a resultar de gran utilidad para Mance. Le gustarás- concluyó.

Y así Ygritte se convirtió en una más.

Besada por el FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora