No sabía cuan grande era mi capacidad de amar hasta que me enamoré de ella, pero no podía dejar que descubriera mis sentimientos. No estaba preparado para ser el hombre que toda mujer necesita.
De algún modo ya estaba enamorado de la libertad y eso...
La primera vez que la tuve para mí fue la experiencia más maravillosa que como hombre había vivido, verla desnuda y poder acariciarla era como tocar la gloria. Tan bella y tan perfecta llena de encantos y virtudes. Se que quería estar conmigo, me deseaba con la misma intensidad con que yo la deseaba a ella. Quería que fuera mía por un momento, la quería disfrutar, quería conocer todo de ella incluso el rincón más escondido que había en su cuerpo, necesitaba arroparla con mis caricias y cubrir su piel con mis besos, la había soñado tanto entre mis brazos que ese día no pude contenerme un segundo más, comencé a besarla con amor y luego con pasión hasta que esa chispa se encendió entre nuestros cuerpos y entonces la necesidad de pertenecernos uno al otro se hizo tan inmensa que no hubo una tan sola distracción que nos frenara.
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