No sabía cuan grande era mi capacidad de amar hasta que me enamoré de ella, pero no podía dejar que descubriera mis sentimientos. No estaba preparado para ser el hombre que toda mujer necesita.
De algún modo ya estaba enamorado de la libertad y eso...
Al siguiente día volví a la misma hora, no solía visitar aquella cafetería muy a menudo pero ahora tenía motivos para hacerlo y no se trataba simplemente de una deliciosa taza con café. Deseaba volver a encontrar a aquella hermosa mujer, quería saber quien era y como se llamaba, en serio necesitaba saber mucho más de ella. Esperé media hora y un poco más, pero no llegó. Sentí como una pesada decepción se apoderó de mi, llegué a pensar que quizá iba de paso y que no volveríamos a coincidir nunca. Sí eso debió ser, ella era una turista como tantas que llegaban a la cuidad por aquella temporada. Me sentí herido y desolado como si hubiese faltado a nuestra cita, como si me hubiera dejado plantado, como si me hubiese incumplido una promesa o mejor dicho como si no se hubiera cumplido una promesa hecha por el destino. Aún siendo tan poco lo que pedía no se me concedió; yo solamente deseaba apreciar su rostro angelical y la timidez de su personalidad, no fue tanto el tiempo que estuvo frente a mi, pero pude sentir una fuerte atracción hacia ella. La esperaba, sólo que ella no lo sabía y talvez no lo sabría jamás. Después de un instante resolví en marcharme ya había tomado un poco más de tiempo de la hora de entrada a mi trabajo y quería evitarme problemas. El día siguiente volví con las mismas ganas de verla, ella no llegó. El siguiente fue igual, una taza de café y una larga espera; una vez más me dejó ahí sólo. Esperándola. Así se pasaron los días uno tras otro hasta completar una semana o quizá dos, talvez tres, hasta que perdí el interés por querer saber quien era aquella mujer que se había quedado encerrada en mi memoria.
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