Había una vez un perro cazador cuyo orgullo era servir a su amo.
Cada día ambos dejaban temprano en la mañana la cabaña en la que habitaban y se adentraban en el bosque en busca de las mejores presas que les permitieran alimentarse y vivir un poco de la venta de carne.
El perro era tan diestro en lo suyo, que por jornada ubicaba al menos tres o cuatro presas para su amo; una para comer ellos y otras tres para vender.
El amo estaba más que orgulloso de la habilidad de su perro para el trabajo. Tenía tan buen olfato y era tan veloz ubicando y atrapando a la presa, para que luego él la rematase, que era imposible que desease algún otro chucho en el mundo.
Sin embargo, nadie ni ninguna suerte escapan al paso del tiempo.
Lamentablemente los perros, a pesar de ser el mejor amigo animal del hombre, no duran tanto como este, y entre una década y 15 años sus habilidades y vida van mermando y apagándose.
Así, el perro cazador de nuestra historia veía como cada mes que pasaba tenía menos habilidad para la faena diaria.
Su olfato no detectaba presas buenas a la misma distancia que antes, su velocidad tampoco era la misma y para colmo su visión y sus mordidas no eran tan sagaces ni fuertes respectivamente como antaño.
Por este motivo la cantidad de presas iba en decadencia.
Durante todo un año dejaron de ser cuatro para ser tres, al siguiente dos y durante el último par de años tanto él como su amo debían conformarse con solo una.
El dueño del can percibía que su chucho no era el mismo, pero asociaba esta disminución más a la fortuna y la mala suerte que a otra cosa. Para colmo de males, el tamaño y composición de las presas también iba en decadencia.
Y es que el perro cazador más no podía hacer. Sus huesos se resentían cada vez que emprendía una carrera y sus músculos dolían cada vez que se batía con una presa para que luego viniese el amo a rematarla.
La mala fortuna o la carencia de éxito en las jornadas de caza siguieron acrecentándose.
Hubo una semana incluso en la que nada pudieron cazar y la pobreza extrema comenzó a invadir la cabaña del perro y su amo.
Para hacer frente a esta situación el amo decidió salir un día más temprano aún que de costumbre.
El perro cazador, consciente de que el paso del tiempo y la mella que este había hecho en él y sus habilidades eran los principales culpables de la dramática situación, salió con el mismo ímpetu de siempre, ese que lo convirtió en su momento en el mejor perro cazador del bosque.
Tras andar unos kilómetros su viejo olfato percibió una presa buena, esa que hacía tiempo no habían podido cazar.
Pensó inteligentemente que si el olor llegaba a su desgastado sentido era porque el animal andaba realmente cerca.
Se concentró todo lo que podía permitirle su cansado cerebro de perro y no perdió la pista. Tras unos metros olfateando llegó a un descampado en cuyo extremo se hallaba un gran jabalí, con tanta carne como para alimentarlos a él y su amo durante una semana, e incluso vender un poco en el pueblo.
Radiante de júbilo el perro asumió la posición de firme típica de los canes cazadores para señalar la dirección en que se ha ubicado una presa.
Al verla, el amo le dio la señal de que fuese a por ella, mientras él cargaba su escopeta de perdigones.
El perro cazador se esforzó nuevamente y sacó fuerzas de donde no las había. Exigió tanto a sus huesos y músculos en una brutal carrera, que estos se resintieron y lo hicieron gemir de dolor.
No obstante, el can sorprendió al jabalí y, haciendo caso omiso del terrible dolor general que lo embargaba, se le lanzó al cuello para derrumbarlo con una poderosa mordida.
Pero sucede que de poderosa nada. La mordida del perro fue bastante inofensiva, debido a que sus dientes estaban muy mellados por el paso inexorable del tiempo.
Por ello, y por mucho que el chucho se esforzó, el jabalí pudo desprenderse y echar a huir, con tan solo una leve herida que no le impediría conservar la vida.
Al ver todo lo sucedido el amo irrumpió en el descampado e increpó al perro.
-Para nada sirves ya. ¿Cómo se te ha podido escapar ese buen jabalí? Nos hubiese venido muy bien. Creo que no me eres útil y constituyes tan solo una carga para mí. Tendré que deshacerme de ti y conseguir otro perro.
Acongojado por estas palabras el perro cazador ripostó:
-Buen amo mío. No me maltrates por ser víctima yo del paso del tiempo. A pesar de estar viejo y de que mis habilidades no son las mismas de antaño, soy en esencia el mismo animal que tan buenas presas te propició y junto al que viviste momentos de buena fortuna. Por tanto, ¿crees que es justo lo que dices?
Las palabras del perro impactaron en el amo, que recapacitó enseguida. Aquello y aquellos que nos han sido útiles en determinados momentos de nuestra vida, no por viejos dejan de ser parte importante y querida de la misma.
Por ello permaneció junto al perro cazador durante el resto de la vida de este y por muchos canes que tuvo después, ninguno fue como aquel que le hizo aprender tan importante lección.