Secuestro en el País de la Nieve

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Blancos, casi traslúcidos copos de nieve caían en fechas de Diciembre. La gran ventisca había parado hace solo unas horas y se tenía previsto que volvería al caer la noche. Los caminos pasaban ocultos ante los ojos de todos, si no fuera por ciertos letreros viejos y podridos por la humedad que indicaban el camino. Los animales parecían fantasmas, ellos estaban ahí, solo que se ocultaban entre la nieve, las cuevas y los árboles.

Dos forasteros observaban por la ventana el cielo gris del País de la Nieve, sus rostros inexpresivos no demostraban el mucho odio que albergaban hacia la gran ventisca que los había mantenido más tiempo del que creían en aquel país sin siquiera llegar a su destino, una cabaña escondida entre los cerros y bosques a las afueras de Yukigakure.

Junto a la ventana sentados y esperando su ansiado té en aquella casa de reposo descansaban el más joven en plena adolescencia y el mayor, un viejo de muy baja estatura cubierto por una capa negra de nubes rojas.

—Maestro, tal vez simplemente deberíamos volver y decirle al líder que esa persona estaba muerta, llevamos semanas soportando estas horribles ventiscas que me calan los huesos, hm —se quejó el chico.

Una mirada bastó para asustar al muchacho, el viejo estaba al pendiente de una conversación por unos Chûnin de Yukigakure.

No entiendo cómo es que pasó la academia con lo enferma que está—comentó uno.

Ya sabes, la chica dentro de poco morirá en esas condiciones, nuestro señor feudal no podía negarle ese deseo —le contestó otro.

Se dice que solo logró completar tres misiones, dos de rango D y la otra B, pero que luego volvió a enfermar— habló un tercero.

Igualmente esa chica podría haberse salvado si nuestro señor feudal hubiera accedido a que fuera a un viaje de rehabilitación en el extranjero, pero... —la voz del primero se apagó.

—Como portadora del único Kekkei Genkai en el País de la Nieve, debe mantenerse aquí para que nadie la capture, aquí está protegida— protestó el tercero.

El viejo inesperadamente se paró y con un par de palabras consiguió que el joven le siguiera.

—Pero Sasori todavía no he terminado, ni siquiera probé un bocado —se quejó el joven.

—Tranquilo Deidara, en unos días ya habremos llevado la mitad de la misión, además, el líder nos está esperando y sabes que odio hacer esperar a la gente—respondió el viejo sin siquiera inmutarse.

Su voz era grave y algo rasposa, de mirada escalofriante y jorobado.

Sin decir nada salieron de la casa de reposo y siguieron con su misión caminando por un extenuante camino cubierto de nieve.

El joven Deidara miraba constantemente a sus espaldas y lados, sentía que varios pares de ojos lo observaban de todos los puntos, ahí, ocultados entre la nieve y los pinos escarchados. Era algo escalofriante a su parecer, en cambio, su compañero seguía tan inmutable como siempre, con aquellos pasos silenciosos. De pronto, la idea de hacer explotar algo de su arcilla surco por su mente, mas estaba el hecho de que la arcilla era en casos de emergencia por si había algún ataque, el Maestro se lo había dicho antes de partir, y en esos momentos donde ninguno de los dos estaba muy de buenas prefirió hacerle caso, muy a su pesar.

Con las horas al pasar, la noche cada vez estaba más cerca y Deidara muy preocupado intentaba observar sin éxito el horizonte en busca de humo, pero no había nada más que arduas colinas moteadas de un verde oscuro apagado y sobre todo, blanco.

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