2. Una hoja que no quiere marchitarse

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Ella contemplaba la ventisca con ese dejo de amargura que nadie podía apaciguar. Tosía de vez en cuando, temblaba todo el tiempo debido a las bajas temperaturas y tenía que tomar medicinas todo el día.

Arduas semanas recostada en su cama sin siquiera mover sus piernas, no porque no quisiera, es que no podía por más que lo intentara y bueno... luego de tantos años luchando contra lo inevitable prefería quedarse así y dormir y dejar que el tiempo pasara y las enfermedades la consumieran.

No maldecía su condición, después de todo, muchas personas hacían milagros para mantenerla viva, no estable, no sana, solo... viva.

La abuela Miku le había dicho que se mantuviera alejada de la ventana, que la humedad la traspasaba y eso empeoraba su condición, pero no podía evitarlo, resignada a saber que en un día cualquiera y cercano moriría, quería hacerlo sabiendo que había observado lo suficientemente bien su país natal, ese que le prohibía su salida.

—Pero Kanon-sama ya le he dicho que usted no debe estar ahí, es muy peligroso —le regañó una abuela de cabellos blancos y ojos ambarinos.

—No importa abuela Miku, después de todo, algún día moriré —la mirada de la abuela se entristeció pero la chica le regaló una sonrisa, una auténtica—. Pero moriré sabiendo que cumplí uno de mis grandes sueños.

La señora quiso llorar, Kanon le recordaba a ella en sus tiempos de juventud, le hacía avergonzarse de aquellos gloriosos años en los que como chica caprichosa pedía tantas cosas y jamás llegaba a sentirse a gusto, pero Kanon... ella que solo tuvo dos sueños, salvarse y convertirse en kunoichi.

La chica no se hizo esperar y alejándose de la ventana a pasos lentos caminó hasta su habitación. Era una habitación acogedora, ni muy grande ni muy pequeña, en una esquina una cama impecable y ordenada, a su lado una cómoda con una lámpara, junto a la puerta una biblioteca con diferentes libros traídos por sus amigos y gente que la visitaba. Frente a la ventana un escritorio con varios cuadernos y un cuadro de ella y el que fue su equipo, en la pared cercana varios shuriken y kunais de diferentes tamaños y forma colocadas como colección.

Tomó un libro de su pequeña biblioteca y se acostó en su cama para empezar su lectura diaria, aquella que a veces le sacaba risas y lágrimas. Ese día decidió comenzar por una divertida novela de amor y fracasos llamada IchaIcha, no sabía de donde provenía, pero tenía que decir que era bastante fascinante y elocuente. De vez en cuando sus mejillas se tornaban rosa y la abuela Miku la observaba con una ceja alzada.

—Kanon-sama, debería aprovechar su estado de salud para darse una ducha antes que decaiga —aconsejó la abuela.

—Mmm sí, no estaría mal —le respondió.

Con mucha delicadeza se deslizó de su cama y fue en busca por una muda de pijama y toallas limpias, para luego introducirse en el baño.

— ¿Es aquí Sasori? —preguntó un rubio.

Tenía aspecto malhumorado y de vez en cuando soltaba jadeos del cansancio.

—Así es Deidara — respondió Sasori indiferente.

Estaba casi al frente de ellos, era bastante pequeña y bien oculta en la montaña, en la punta cubierta por altos pinos. Desde ese mismo lugar podía ver a lo lejos Yukigakure.

Tenía un pórtico y una silla reclinable cubierta de nieve, tres ventanas cubiertas por cortinas. Un cartel enunciaba que en aquella pequeña vivienda vivía una tal Izumi Kanon.

Yukigakure se había encargado bien de esconder la vivienda de la portadora del KekkeiGenkai. Menos mal ese día la ventisca era más tranquila y Deidara había podido viajar en su ave de arcilla junto a Sasori por los cielos.

Secuestro en el País de la NieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora