3. El comienzo de algo grande

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Eran los primeros indicios de que el cielo comenzaba aclarar y es que con las nubes oscureciendo era aun más difícil saberlo. Todos parecían dormir a excepción de uno, un hombre viejo y jorobado que no despegaba la mirada de la ventana. Era un experto en moverse sin causar ruido. Tenía casi todo preparado, solo hacía falta despertar a los demás e inyectarle aquella rara sustancia a la chica.

La abuela le había dicho que al terminar los efectos de esa medicina era importante inyectarle otra precisa para que no falleciera.

Su joven compañero yacía dormido en una silla con el cabello cubriéndola toda la cara. Las dos mujeres estaban dormidas en sus respectivas camas.

Ya era hora.

Despertó a su rubio compañero y luego fueron a por la abuela. Esta estuvo a punto de alertar a todos los animales de la colina, si no fuera porque Deidara le tapó la boca y vaya que fue un error porque a la mujer casi se le salen los ojos al sentir la lánguida lengua de la mano derecha del rubio.

Después de eso la mujer se aseó con mucha rapidez y despertó a la chica, la ayudó a vestirse, la peinó y la llevó lista ante el viejo y el rubio.

Estaba mal en cuanto la vieron, casi no hablaba ya que sus amígdalas estaban inflamadas y con mucho esfuerzo se mantenía en pie. La cabaña solo tenía dos velas prendidas en la sala provocando que Deidara se asustara en cuanto vio dos ojos encendidos provenir de la oscuridad. Observaba consternado el único ojo rojo de la chica y luego el ojo azulino que también resplandecía.

— ¿Qué le sucedieron a tus ojos? —preguntó el rubio.

—No sé de qué me hablas —respondió con una sonrisa de borracho.

El sueño no ayudaba en su estado.

Era eso de lo que le había dicho el líder, y de lo que había escuchado de varias personas, esos característicos ojos de los que todo el mundo hablaba y que era lo que más llamaba la atención de ella y él habría jurado que había visto sus dos ojos de color rojo.

La señora le pidió ayuda a Deidara quien con algo de exasperación levantó una tabla bajo el tapete desvelando un gran cofre, dentro un montón de sustancias y medicinas creadas por el clan Izumi. Entre ellas un envase con tres espacios para jeringas con un extraño contenido violeta, hasta ahora solo habían dos, quedando una abertura vacía.

—Al tomarla se desmayará por una media hora como mucho, luego despertará por los efectos energizantes —explicó la abuela. Todos se trasladaron al baño y la chica se recostó en una camilla, le pusieron suero y la conectaron a una máquina para mantener en observación la presión arterial.

Kanon se sentó en la camilla y tuvo que quitarse algunas prendas superiores para que la abuela le inyectara en la espalda baja justo encima de la columna vertebral. Deidara salió algo avergonzado y también algo pálido porque había escuchado que esas inyecciones en esa parte del cuerpo eran sumamente dolorosas. Segundos después de salir, el primer grito del día advirtió a los animales de que alguien en la montaña estaba sufriendo.

Sasori no se había inmutado.

La chica cayó inconsciente y la abuela le vendó la zona ya que se crearía un gran moretón producto de lo poderosa que era esa inyección, le colocó sus ropajes y la acomodó. Ahora solo había que esperar.

Una zona del cielo se despejó y los rayos del sol dieron justo por la ventana del living haciendo brillar el rubio cabello de Deidara, todo eso visto ante la sana y despierta Kanon.

Se había colocado una extraña capa negra su cabello estaba trenzado como siempre y sus ojos eran aún más enérgicos que antes. Su blanca piel había adquirido un tono saludable y sus mejillas tenían un tono casi nulo de carmesí.

Secuestro en el País de la NieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora