El 103 de Green River

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El 103 de Green River es el lugar de peregrinaje por excelencia de Ruthfold. Todos en la ciudad han oído hablar de los excéntricos del 103 de Green River, y todos, al menos una vez, han hecho el camino de rigor para certificar con sus propios ojos lo que se comenta: que la casa número 103 de Green River cambia el color de la fachada a diario. Hay quien incluso no se cree las fotografías captadas con los teléfonos móviles e insiste en volver al día siguiente para comprobar que, en efecto, el amarillo chillón de hoy no es el verde lima de ayer. Visitar la casa de los Stewart es casi una tradición ya.

A mí también me parece divertido. Yo sería una de esas personas que sacan el móvil y guardan la foto de la fachada en un álbum aparte, y nombraría el álbum "Pruebas para el manicomio".

Si no fuera porque es mi casa.

Así que teniendo en cuenta ese pequeño detalle, no me queda otra que espantar a los curiosos que se acercan como buitres a la carroña.

—Menudos gilipollas —digo asqueada, contemplando desde mi propio jardín delantero cómo un par de catetos se hacen una foto con la casa (y con nosotras) de fondo —¿Es que no habéis visto cambiar de color una casa? —bramo hacia ellos—. ¡Esto no es el puto cambio de guardia del palacio de Buckingham!

A mi lado, Claire se agacha y me tiende una rama pequeña pero consistente. La sopeso durante un segundo en mi palma y después la lanzo con todas mis fuerzas hacia los intrusos. No voy a mentir: quiero que se clave en el pecho de alguno de los dos. O, como mínimo, que les dé en la cabeza. Sin embargo, tengo que contentarme con ver cómo la rama les pasa de largo hasta que aterriza en el jardín de los Graham, en la acera de enfrente. Pero al menos consigo que se marchen corriendo.

—Gracias —digo volviéndome hacia Claire—. Pero mi respuesta sigue siendo no.

Claire se pasa las manos por el pelo, deshaciendo todavía más el desgreñado moño rubio que ha anidado en lo alto de su cabeza. Claire forma parte de ese grupo minoritario y afortunado de personas que poseen un porte elegante. Hay gente que nace con una mancha de nacimiento, y hay gente que nace con la cualidad de la elegancia. Y, como lo que es natural de por sí, en Claire es una actitud genuina, inconsciente. Ni siquiera podría decirse que es algo físico, porque Claire no cumple los estándares de elegancia en la vestimenta. Se trata del movimiento, de la presencia. Cualquier gesto que haga se convierte en una obra de arte. Ya podría estar sacándose las bragas del trasero que seguiría pareciendo de una dignidad imperial. De hecho, tiene la asombrosa capacidad de elevar a los estándares más altos de la moda su estilo desarrapado, convirtiéndolo en tendencia.

—Te lo he suplicado, ¿qué más quieres? —se calla, pensativa, y lanza un suspiro resignado—. Te haré los trabajos de la semana que viene.

—De verdad, Claire, parece que no me conozcas. Nada de lo que me ofrezcas será mejor que ir a la misma fiesta que mi hermano.

He mentido, por supuesto. Podría venderme por un millón de dólares. Por mil, incluso. En realidad, la promesa de toda una semana sin trabajos es muy tentadora. Pero cada vez que pienso en ver la cara de mi hermano más de lo necesario se me revuelven las tripas, se me cierran los puños y me entran ganas de aporrear una pared.

—Por favor, Gin. Hazlo por mi. ¿Cuándo has dicho que no a una fiesta? —Antes de que pueda replicar, me corta—. Ya sé que a esta va Lance y blablablá... Pero, por favor. Habrá mucha más gente. No tenéis por qué encontraros.

Pero lo haremos, ya cuento con ello. Siempre que hay una oportunidad para discutir, el destino se encarga de ofrecérnosla en bandeja de plata. Es algo inevitable, como la elegancia de Claire, o el color negro de todo mi fondo de armario.

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