capítulo 4

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Mis días de instituto fueron atroces, yo pertenecía al selecto grupo de las obesas, las que nadie mira con amor, solo las que pueden dar un poco de que hablar y a quienes pueden criticar y hacer burlas cada vez que se aburre la sociedad con sus propias vidas.

Un día corriente, ocupando el puesto de siempre al final del salón, alejada de las miradas discriminatorias, Javier Andrade me pidió ayuda en unos apuntes, fue la primera vez que alguien se acercaba a mi, reprimi lo mejor que pude mis ganas de negarme y le hice entrega de la hoja, al cabo de unos minutos me la regreso con una blanca sonrisa dibujada en su rostro, le regrese el gesto un poco menos profundo y volvió su vista al frente.

Ese mismo día en la cafetería, después de ubicar un puesto alejado de todos, lo veo tomar asiento a mi lado cuando me dispongo a comer mi almuerzo, frunzo el ceño desorientada mirando a los lados, me parece que se ha equivocada, me sonríe como si nada y al cabo de un rato me propone estudiar juntos.

A partir de allí, comenzó la amistad entre Javier y yo, mi primer y único amigo.

Con nadie, absolutamente nadie había establecido una amistad jamas, tampoco es que quisiera hacerlo, ni siquiera con Javier en un principio, después de un tiempo resultamos inseparables.
Pasados unos par de años de amistad, Javier me sorprende con una confesión, me deja sin aliento al oírlo, sobre todo porque nunca tuve sospechas de eso. Creí que al igual que yo simplemente carecía de vida social, es todo, pero jamás llegue a pensar que en cierto modo las personas lo rechazaban por sospechar algo que resulto ser verdad.

Vivíamos en nuestra burbuja personal, siendo criticados a diario pero de alguna forma estando juntos, no le dábamos tanta importancia. Ser la mejor amiga de un gay convirtió un pedazo de mi vida en completa felicidad.

Al culminar la escuela, Javier fue aceptado para estudiar diseño en una universidad un poco alejada, pero aunque mantenemos contacto bastante limitado por las ocupaciones, nuestra amistad perdura.

                            ***

Ya no se que pensar, ya no se que hacer, sigo pensando que moriré cruelmente cuando no logren conseguir lo que esperan de Harry, pero una parte de mi, una pequeña parte, espera que en su sentido paternal, ese que nunca demostró, salga un momento a la luz y pague el dinero que le piden para rescatarme.

Mis pensamientos se esfuman, poniéndome en alerta cuando oigo las cadenas de la puerta, dando entrada a Uno, trago el nudo desesperado que se atora en mi garganta cuando su fría mirada choca con la mía, camina a mi encuentro con un celular en la mano que coloca en mi oído con poco cuidado.

-habla con tu papi-me quedo quieta en mi sitio con los ojos muy abiertos. Mis manos tiemblan a medida que sujeto el aparato.

No sale palabra de mi boca, no esperaba tener que hablar con él, no se que decirle, solo puedo mirar los despiadados ojos de mi secuestrador.

-¿Patricia?- oigo su voz retumbar por la bocina del aparato, suelta una pizca de preocupación y eso me satisface un poco.

-¿pa... Papá?-logro decir.

-¿estas bien?

-no se muy bien como responder a eso Harry-tengo la mirada atenta de Uno sobre mi- estoy viva... aun.

-te sacaré de allí, tranquila.-de algún modo sus palabras me transmiten esperanza y comienzo a llorar.

Uno me arranca el teléfono y ahora es él quien habla.

-tienes menos de veinticuatro horas para presentarte con el dinero en el sitio acordado...-se gira para verme-y si traes a alguien contigo la mato.

No hago un solo movimiento cuando escucho aquellas frías palabras, lo veo cortar la llamada sin esperar respuesta de Harry. Se acerca a mi y aprieta mis mejillas con una mano enfundada en un frío guante, me quedo quieta, pero soy delatada por mi corazón, que parece querer salirse.

-ruega porque tu padre pague gordita-me da un par de palmadas en la mejilla y se retira.

No vuelvo a respirar hasta que oigo el candado cerrarse.

                           ***

Llevo por lo menos cinco horas sola, casi puedo contar los segundos que transcurren para tener noción del tiempo que ha transcurrido sin que nadie venga. A pesar de la soledad en la habitación, siento que a metros de distancia tampoco hay nadie, sospecho que los tres se han ido, aunque no tengo total certeza de eso.

Jalo la cadena que ata mi tobillo e impide que pueda caminar por la habitación, por milésima vez, como si en algún momento esta fuera a ceder, y aunque se que no lo hará me permito dudarlo y lo sigo intentando.

Mi estomago ruge por comida, la ansiedad que he sufrido durante toda mi vida la he apaciguado con alimentos siempre y este no es la excepción.

Me quedo un momento quieta pues me parece escuchar algo, en la distancia por primera vez noto los motores de lo que parecen vehículos, el sonido cada vez es mas fuerte, lo que me da la sospecha de que vienen en esta dirección.

Agudizo mi oído y guardó completo silencio para asegurarme de que no estoy imaginando los sonidos peculiares provenientes de la sirenas de la policía o en su defecto de las ambulancias.

Mi corazón hace amagos de detenerse cuando mis sospechas parecen ser correctas. Pero no es hasta que oigo un disparo cuando realmente me quedó paralizada.

El alma regresa a mi cuerpo, cuando oigo la desesperada manipulación de la cadena que mantiene cerrada la puerta de esta asquerosa habitación y mi fuero interno ruega porque quien entre venga a salvarme y no a matarme.

Me hago un ovillo en la cama cuando Uno y Tres entran con armas y caminan en mi dirección.

Sólo espero el sonido de la pistola cuando proporciona un disparó y el dolor que se va extender en mi cuerpo cuando este impacte sobre mí, llevándome a la muerte.

EreS DROGA (me elevas, pero me ahogas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora