Capítulo I

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Las paredes eran exageradamente altas, sin un fin que se pudiera ver, y de un color arena suave, que con la luz en ocasiones parecían adoptar un color dorado. Pero no había mucho que apreciar, pues éstas estaban cubiertas por largas tiras de libros apilados llegando a superar los dos metros de alto. Solo había dos estantes que desbordaban libros, mientras que los demás estaban desparramados en el suelo y amontonados en rincones. El extraño cuarto era un perfecto círculo, sin puerta ni ventanas. El techo era imposible de ver, y desde las alturas una luz, que simulaba ser solar, descendía para iluminar el centro del cuarto. Solo había una cosa que distaba en aquel lugar y que de cierta forma decoraba el ambiente: Un enorme y viejo Espejo de pie. Estaba cubierto con una tela de terciopelo rojo para que nada se reflejara, pues al inquilino de semejante y acogedor lugar no le gustaba verse en ese enorme espejo. Ese inquilino era un débil y pequeño niño de unos ocho años tal vez. No superaba la medida promedio de jóvenes de su misma edad y su físico era notable por su delgadez. Lo que podría llamar la atención a numerosos y asustar a muchos otros era el extraño color de la piel y de los ojos del pequeño. Su cuerpo era de un azul oceánico con finas marcas más oscuras, éstas eran una sarta de simbología extraña. Y sus ojos eran tan rojos como un buen vino tinto o como la sangre más pura. Por otro lado, su vestimenta era tan solo un par de pieles cubriendo su cintura, unas botas y una capa bien voluminosa con pieles tupidas y suaves. Solo se sacaba la capa para extenderla en el suelo y así poder dormir más cómodamente. Su única diversión eran los libros, cintos e incluso miles de ellos que lo rodeaban. Y no había perdido el tiempo, desde que lo habían mandado a ese lugar su vida había sido dedicada puramente a leer, aprender y comprender las páginas amarillentas de aquellos volúmenes.

Con los años, había aprendido tantas cosas magnificas como diferentes culturas, idiomas y escrituras. Podía hablar como los habitantes de Midgard, y cabía decir que en ese mundo varios idiomas se hablaban, pero él consiguió aprenderse la gran mayoría. Había aprendido algo muy importante; que él pertenecía a una raza llamada Los Gigantes de Hielo y que su mundo era Jotunheim. La escritura de SU mundo era bastante vulgar y tosca, pero la había aprendido a la perfección. Sabía intachablemente que había nueve mundos, e incluso sospechaba que había más.

Todo su tiempo fue dedicado a ingerir conocimiento...después de todo no había otra cosa que pudiera hacer realmente. Con el tiempo también aprendió que tenía una habilidad muy extraña, y más aún para ser un jötunn. Era capaz de utilizar magia, un poder que no comprendió hasta que se encontró con un regordete libro del cual aprendió infinitos hechizos y conjuros. Le había llevado varios meses descifrar y aprender de aquellas páginas, y aún seguía investigándolo. Pronto la luz comenzó a disminuir su intensidad y comprendió que la hora de dormir se acercaba. Cerró el gran libro y lo apoyó con cuidado en el suelo a su lado. Se desprendió y desató el seguro de su peluda capa para tenderla, y seguidamente, tenderse él mismo sobre la tela utilizando la parte más peluda como almohada. Suspiró mirando el libro a su lado. ¿Existiría algún conjuro para sacarlo del encierro? Cerró sus rojizos ojos y se acomodó entre los pliegues de la cálida tela. No sentía frio ni calor, pero aun así se acurrucó en el suelo.

- ¿Por qué me encerraron en este lugar? -Susurró a los libros con los ojos cerrados. Por mucho que leyera, ningún libro tenía la respuesta a su pregunta. Volvió a suspirar con resignación y tristeza y pensando en los últimos conjuros que había aprendido quedó dormido bajo una tenue luz que nunca se apagaba por completo pero que cuando era hora de levantarse se iba encendiendo de a poco hasta llegar a su máxima luminosidad. Solo se levantaba, leía, practicaba y dormía. Esa era su rutina. Nunca tenía hambre, ni sed. Nada.

Ese día se dedicó a un libro de armas. Como utilizarlas en combate, como enfrentar a los enemigos y como sacarle mejor provecho, utilizándolas de diferentes maneras. Parecía sencillo, pero debía practicar. Como primera arma eligió la típica y obvia espada. Todos los héroes tenían una o sabían empuñar una. Con su magia materializó una muy filosa, además hizo una copia de sí mismo, era exactamente él mismo. Nunca dejaba de sorprenderse cada vez que lo hacía. Le dio una espada a su copia para así poder atacar y no practicar inútilmente con su sombra. Ambos se prepararon, el joven azul que era una copia se colocó en posición de defensa, concentrándose esperó el ataque de su original, el cual no tardó en llegar dando un fuerte golpe de espadas. Luego de un par de estocadas, Loki se colocó en defensa y recibió los golpes de la copia. Y por último ambos atacaron libremente. Una de las espadas salió volando por los aires y la copia quedó indefensa en el suelo. Al verse vencido en el piso de su prisión, un cosquilleo se removió en su estómago. Él se había vencido a sí mismo con la espada. Hizo una mueca de disgusto y chasqueó la lengua. Con desgana lanzó la espada al suelo provocando un ruido metálico y ésta a los segundos desapareció. Ayudo a su copia a levantarse y tomó el libro para elegir otra arma más apropiada.

El Espejo. [Thorki]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora