Jimin estaba en la mitad de su cama hecho una pequeña bolita abrazando a su osito de felpa. Sus ojos ardían por las incontables horas que pasó llorando.
Para el rubio ver a sus dos hyungs favoritos en ésa posición tan comprometedora le era difícil de asimilar. No era tonto, podía ser muy inocente e ingenuo pero el sabía perfectamente lo que era el sexo, el tener relaciones sexuales entre personas, lo conocía a la perfección sin haberlo experimentado antes. Pero el menor no se dejaba de preguntar una y otra vez el por qué dolía tanto. Ellos eran grandes, YoonGi no tanto pero aún así era mayor, a pesar de ello el pequeño lo veía extraño. ¿Así se tenían que demostrar el amor necesariamente? Por supuesto que sí.
Recordó que alguna vez su madre le había contado sobre ése tema a su hermana mayor. Él aún era muy pequeño, sólo tenía ocho años cuando escuchó que una mujer tenía relaciones sexuales con su pareja porque se amaban, era la entrega más pura de amor según ella. Deseaba que su madre estuviera en aquel momento para que despejara sus dudas, deseaba que estuvieran en la gran cama de su habitación mientras le hacía cariños en la cabeza, con las colchas blancas que adoraba y tenía el perfume de su madre impregnado.
Deseaba que ella hubiera sido un poco más fuerte y no se dejara abatir por el cáncer llevándola a la muerte. Deseaba que Eunji, su hermana mayor lo hubiera querido aunque sea un poquito pues así nunca lo hubiera abandonado en aquél burdel de prostitutas por dinero. Prácticamente lo había vendido a aquél lugar y éso pesaba en el corazón de Jimin, pesaba tanto que sentía que éste podría romperse en cualquier momento.
El vivir en un burdel lleno de prostitutas no era lo mejor, pero tampoco estaba tan mal. Su hermana no era nada estúpida, sabía que dejar al menor en un lugar con prestigio sería más redituable por lo que el lugar no estaba en malas condiciones.
La rutina del pequeño consistía en limpiar las mesas del lugar, llevar las bebidas alcohólicas y dejar que le tocasen el trasero cada vez que iba a una mesa. No estaba tan "mal" después de todo, pues nunca le faltaron sus tres comidas al día, una cama limpia y de vez en cuando ropa nueva o algún dulce y juguetes. Todo era gracias a Hyuna, la dama más prestigiada de aquél lugar. Le recordaba a su hijo el cuál había sido asesinado a la edad de 16 años por compra y venta de drogas. Por tal motivo se encariño con el ahora rubio, pues entre tanta mierda Jimin era como u pequeño rayito de luz en aquél basurero.
Un día tuvo que irse de aquél lugar. A pesar de que el menor fuera feliz relativamente, ése no era hogar para un niñito de 9, años y Hyuna estaba consiente de éso. Pero ése no era el verdadero motivo por el cuál tenía que irse del burdel.
Jimin tenía una belleza particular, muy poco común. Su piel blanca, su figura infantil y pequeña, además de la inocencia que reflejaba su cara en todo momento era motivo suficiente para que más de una persona lo volteara a ver y no precisamente con buenas intenciones.
Exactamente es lo que le pasaba al dueño del lugar. Albergaba deseos profanos y asquerosos por el menor, deseándolo con más lujuria al pasar los días. Hubiera cometido su propósito de violarlo sino fuera por Hyuna, quien se aferró como pudo al niño recibiendo golpes del hombre. Una vez que se cansó de maltratar a la mujer se largó sin más, después de eso se propuso a mandarlo a un orfanato. Tal vez en un lugar así podría vivir mejor, sin hombres ni mujeres que quisieran dañar al precioso angelito pensaba ella. Gran error de Hyuna, sacarlo de aquél lugar para meterlo en una mierda más profunda.
La puerta se abrió lentamente dejando ver la figura de Jungkook, el rubio no tuvo tiempo de limpiar sus ojitos así que hundió su carita aún más en su mejor amigo de felpa.
—Pequeño... ¿Ya duermes?.–el mayor se acercó al ovillo de la cama, sentándose en el borde de ésta. Jimin quería que saliera pronto de ahí, no deseaba que su hyung lo viera así de triste y feo con la cara hinchada. Le fué imposible pues un resoplido se escapó de sus labios.—Oh cariño, estás llorando.–afirmó el mayor destapando su cara para después abrir los ojos como platos al ver al rubio tan decaído y roto.—¿Qué ha pasado?
