El tiempo pasa, gente se va, gente que llega, gente que estaba y aún se queda, gente que muere...
Muerte. Imponente, grande, fuerte. Negra, oscura, definitiva. Palabra que a todos nos impone y a más de uno hace que se nos cree un nudo en la garganta. Es el final de la carretera, el despeñadero que nos espera a todos y cada uno de nosotros, nadie es inmortal, no físicamente.
Tiempo y muerte. La primera nos lleva a la segunda, la segunda termina la primera. Un reloj de arena que no puedes dar la vuelta, una vez la arena se acaba no hay vuelta atrás.
Creí que le había perdido el miedo, y quizá me faltó concretar mis palabras: He perdido el miedo a mi muerte. No a la muerte, no en general, a la mía, sólo a la mía. No me importa mi vida, si ahora tiene que caerse el techo en mi cabeza asumiré la muerte con cariño y añoranza, me iré con ella tranquilamente, sin alterarme. Es un hecho, estoy segura de esto.
Pero... ¿muerte de personas que aprecio? No es miedo, es pánico, terror, lágrimas, desesperación, agonía. No puedo, no quiero, no lo soporto, el mero escenario me encoje el pecho hasta dejarlo del tamaño de un guisante, no hay aire que me llegue, me atasco como una máquina de escribir rota...
Me atrevería a decir que es mi mayor temor, el que me destruye de verdad, pérdida de lo querido, perdida de lo necesario, no el oxígeno, la existencia, la compañía, la voz, el tono, las notas, la canción, los ojos, las manos, las caricias...
Tengo miedo a la muerte, y como van juntas de la mano le temo al tiempo, y como consecuencia a un temor a lo inevitable me vuelvo arena de un reloj irrompible e imparable, no hay escape a las paredes de cristal que me encierran, no hay salida ni callejón por el que huir siendo cobarde...
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Reflexiones nocturas
RandomEsto son simples reflexiones que hace un intento de escritora por las noches plasmadas en letras conexas y con sentido... Puede que no sirvan de nada y que sean una perdida de tiempo pero, quien sabe, quizá aprendas algo nuevo de esto...