Capítulo 1.

1.9K 30 3
                                    

Es lunes, último día antes de las vacaciones de Navidad. Ya tenía ganas de terminar este semestre y de dejar de ir por unos días a la cárcel que algunos llaman instituto. Lo malo de que hoy sea el último día es esa estúpida fiesta de Navidad que organiza cada año el estúpido instituto, en el que te obligan a llevar un vestido de Barbie barata y unos tacones que te destrozan los pies, ah, y cómo no, un peinado que sea lo más y doscientos kilos de maquillaje. Odio maquillarme, llevar vestidos, tacones o cualquier cosa que sea elegante y colorido, yo vivo feliz con mis pitillos, mis sudaderas y con mis Vans, y si es todo negro, más feliz vivo aún. Siempre a lo fácil.

Son las 10:00, de normal me levanto a las 6:45, pero cómo hoy tenemos el baile, tenemos que estar a las 20:00 en el gimnasio del instituto. Mi madre lleva toda la semana insistiendo para ir a comprar un vestido que me quede bien, y yo, he estado toda la semana insistiéndole que NO quiero un vestido, pero cómo ella cuando quiere algo siempre lo consigue, hoy vamos a ir a comprar un maldito vestido. Me levanto de la cama y me asomo por la ventana, llueve y hace frío, es muy normal este tiempo en Londres, lo que pasa es que, casi siempre, aunque estemos en Marzo, hace este tiempo. A mí no me molesta, yo adoro el frío y la lluvia, y la nieve y todo lo que no haya en verano.

-¡MEL BAJA A DESAYUNAR!- grita mi madre. Que pesada con desayunar. Odio desayunar, es la comida que más odio, encima llevo dos días sin comer apenas, no voy a desaprovechar dos días de mi vida, no, no puedo permitírmelo. Llevo tiempo acomplejada con mi cuerpo, pero hasta hace poco no había hecho nada para remediarlo. Yo nunca había sido de las que se quejaban por su físico. Nunca tuve problemas respecto al peso. Nunca, hasta que averigüe que es realmente el instituto. No es el lugar donde aprendes para el futuro. Que va, es el maldito infierno donde te juzgan por cada paso que das. Todo me fue bien hasta "el día". El chico que me "gustaba", me había pedido quedar, no lo conocía mucho, ni él a mí, tampoco me gustaba exactamente, sólo sabía que era el típico matón y popular, simplemente era una adolescente con las hormonas por los cielos, cuando hacía algo de vida social tenía amigos y ellos me animaron a quedar con él, y como tonta que soy accedí. Al llegar al sitio donde habíamos quedado, él no estaba solo. Estaba con una chica. Era alta, algo más flaca que yo y tenía el pelo rubio y mechas rosas en las puntas. ¿Qué hacía ella allí?

-Bueno, mientras te esperaba he encontrado a esta tía realmente buenorra. Ella no está tan gorda como tú. - me soltó de repente. Sabía que no se la había encontrado, esa chica iba a mi instituto, a un curso más, tenía fama de golfa y de tía buena. "Ella no está tan gorda como tú" Siete palabras que me marcaron. Volví a casa corriendo. Me encerré en mi cuarto y lloré. Lloré hasta que no me quedaron más lágrimas. Mi madre me llamó para cenar, pero apenas comí. Fingí comer despacio y con lágrimas en los ojos y sin saber que estaba haciendo lo vomité cuando se fue, nunca había vomitado por voluntad propia, fue la sensación más rara que había experimentado. En el instituto, veía todo diferente, deje de quedar con mis amigos y de hablar con chicos. Me veía a mí como a una foca, miraba con celos a mis amigas. Ellas y su maldito cuerpo perfecto. No volví a llevar faldas, vestidos, pantalones cortos o camisetas ajustadas. Mi vestimenta se basaba en vaqueros y sudaderas. Incluso en verano, me daba igual. Sólo quería esconderme. Dejé de comer. ¿De qué servía? Sólo engordaba más y más. Mis padres como siempre, ocupados con su trabajo, no se fijaron en todos mis cambios. Y desde entonces, apenas como, no salgo, no me divierto y me paso el día amargada y triste.


La chica con la sonrisa rota.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora