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—¡Apresurate, muero de hambre!

Y como lo predijó, era un infierno. ¡Vamos! Eran las siete treinta de la mañana, demasiado temprano para lidiar con un adolescente mimado y hambriento, sin tener un solo gramo de cafeína en el sistema.

—Ya voy...aunque el desayuno deberías preparartelo tú, no soy un sirviente.

—Nop, pero eres mi hermano mayor, lo que te deja como el adulto responsable de este niño inocente. — dijo señalandose a si mismo.

—Ahora resulta que eres un niño ¿eh? Pues anoche decías todo lo contrario.

—Cállate y dame mi desayuno.

—Al menos deberías respetarme un poco.

—Cuando me alimentes...quizá lo considere.

Chris lo fulminó con la mirada y muy a su pesar continuo preparando los omelets que comerían para el desayuno. Se sentía un poco extraño, ahí preparando el desayuno a alguien más, especialmente cuando ese alguien era Jeremy. Aprovechó que el chico estaba distraido con su teléfono y se dio el lujo de observarlo detenidamente; Ese cabello castaño todo alborotado, de recién levantado le quedaba exageradamente bien, sus vibrantes ojos verdes que eran enmarcados por esas espesas pestañas eran simplemente...

—¿Qué tanto me ves?

Se sobresalto al escuchar la voz extrañada del chico. Carraspeó incomodo.

—Solo trataba de entender como alguien puede ser tan inmaduro. —Mintió con nerviosismo.

—Ja ja, muy gracioso, ahora A-li-mén-ta-me.

Chris bufó y colocó un plato con dos omelets frente al chico, junto a un vaso de jugo.

—Ahí tienes.

—¿Y el tocino?

—Se terminó y no he ido a hacer las compras.

—Pues espero que compres más, porque siempre desayuno tocino. — se quejó, cosa que se le daba de maravilla, eso según Chris.

—La verdad es que no suelo comprar mucha comida, a veces paso largas temporadas de viaje y cuando estoy en casa no suelo desayunar.

Jeremy abrió los ojos como platos y se llevó una mano al pecho con indignación.

—El desayuno es la comida más importante del día ¿Acaso no lo sabes?

—¿Según quién?

—Segun todos los doctores del mundo— el tono de obviedad que uso, sonaba adorable en él, pero claro Christian no lo aceptaría en voz alta.

—Pues a mi me importa un pepino lo que piesen esos doctores.

—Y luego dices que yo soy el insolente.

—Mejor cállate y come.

Por increíble que pareciera, el chico obedeció y se dedicó a comer. Al parecer la comida era algo con lo cual se podía mitigar su carácter, un dato que el rubio-castaño agradecía haber descubierto. Se relajó observando al menor mientras comía, parte de el se moría por rodear el desayunador y acercarse hasta el taburete en el que estaba sentado el menor y abrazarlo, porque estaba feliz de verlo y tenerlo junto a él; por otro lado la poca dignidad y sensatez que le quedaban, se lo impedía. Ademas estaba el hecho de que con un simple abrazo podía complicarlo todo, podía desatar el apocalipsis en su propio corazón. Los sentimientos era una cosa peligrosa, sobre todo cuando no podía mostrarlos con libertad.

Claro que podía mandarlo todo al carajo, silenciar su consiencia y... ¿Luego qué? No soportaba cuando sus pensamientos se tornaban confusos y lo martirizaban de aquella manera.

El Secreto de ChristianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora