La Manzana Envenenada

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Caminaba por la calle, su paso era leve y calmado. Aunque el día era hermoso y hacia un sol cálido, ella temblaba y estiraba las mangas de su suéter gris para cubrir sus manos y con el cuello del mismo su boca y nariz. Llevaba un pans  de color negro que le quedaba grande, ya que lo iba pisando con los talones. Miraba a su alrededor, las calles solitarias, las casas vacías y saqueadas, todo parecía muerto. Siguió caminando, pero se encontraba cansada, hacía días que no probaba alimento alguno, en ocasiones la fatiga se apoderaba de ella y no podía moverse, pero el hambre la levantaba a continuar con su búsqueda. Se sentía muerta.

Decidió entrar en alguna casa y dormir hasta recuperar fuerzas para continuar buscando la mínima fuente de alimento. Giro a la derecha y entro en la casa que ahí tenía, era de dos pisos, de fachada color verde claro que hacía contraste con el verde oscuro de las plantas del jardín que rodeaba la casa. Dentro de ella miro alrededor, se notaba que la casa había sido saqueada, cajones y alacenas vacías, trastos tirados, sillas y bancos rotos. Paso entre el desorden directo a unas escaleras que se encontraban al fondo del lugar, subió por ellas hasta el segundo piso, ahí observo una puerta a su izquierda, otra frente a ella y un pasillo en el que al fondo se notaba otra puerta, abrió la puerta de su izquierda, pero era un cuarto de baño, abrió la de en frente y esa era una habitación. Entro ahí, la habitación era amplia y estaba amueblada, parecía que ahí no habían llegado los saqueadores. La cama se encontraba en el centro y recibía la luz del sol que entraba por una ventana a la izquierda de la habitación. Camino a la cama, al acercarse notó las cobijas llenas de tierra, las tiró al suelo y se tumbó en el colchón desnudo. Casi dormida miraba a la venta, las blancas cortinas, casi transparentes, dejaban ver un gran árbol, alcanzo a ver un objeto esférico colgando de este, volvió en sí y se levantó precipitadamente y con el corazón acelerado corrió hacia la ventana, la abrió y ahí, donde había notado aquella esfera, miró una manzana roja, grande, brillante cual rubí, un manjar a la vista y pronto a su paladar. Estiró el brazo para intentar tomarla, pero no la alcanzó, se estiró un poco más, pero obtuvo el mismo resultado. Subió al marco de la ventana y se estiró de nuevo, esta vez sus delgados dedos alcanzaron a tocar la manzana, pero aún no podía tomarla, se estiró un poco más, golpeó un poco la manzana para balancearla y poder tomarla, pero al golpearla la manzana se desprendió de la rama cayendo al vacío. Se exaltó, perder así su fuente de alimento era algo insoportable, pero no todo estaba perdido, la manzana caería al suelo y ella solo tendría que bajar a recogerla, más la manzana nunca toco el suelo. Una huesuda mano atrapo la manzana en el aire, eso, para ella, era su perdición, ese viejo hombre, esquelético, de torso desnudo y con shorts de mezclilla, tenía en sus manos el tesoro de ella, ese rubí de sabor que ella sentía perdido. El viejo la miro burlonamente, sonrió mostrando una podrida dentadura, humedeció sus labios con una oscura lengua y mordió la manzana, esto enfureció a la joven muchacha y sin pensarlo se lanzó de la ventana cayendo arriba de él, la caída produjo un fuerte crujido y un grito de él, la manzana, con unos dientes enterrados, rodo hasta el tronco del árbol, el viejo se quejaba con los golpes que ella le propinaba, ella se quitó de encima rápidamente, en su furia buscaba algo, algún objeto con el cual quitarle la vida a aquel hombre. En el suelo, cerca de la pared de la casa, encontró una piedra ancha, un poco más grande que su cabeza, volvió con el anciano que estaba tendido en el suelo quejándose de dolor y sangrando de la boca, ella alzó la piedra sobre su cabeza con la idea de arrojarla a la cabeza del viejo.

“Por mi manzana… ¡no!, no es por la manzana, ni porque esta era mi única fuente de alimento, es porque se burló de mí y por eso merece morir…

Pero… yo no soy así, ¿qué estoy haciendo?” pensaba mientras bajaba las manos y calmaba su ira.

Tiro la piedra al suelo y fue por la manzana, la partió en dos, le ofreció una parte al viejo que se incorporaba aun quejándose, este tomó la manzana con la mano izquierda, pero en la derecha tenía una piedra con la que asesto un golpe en la cabeza de la joven, y esta cayó al suelo aturdida.

Entre risas maniacas el anciano tomó ambos trozos y se fue abandonando a la joven en ese patio.

Ella inmóvil en el suelo observó como él huía con la manzana, intento levantarse para perseguirlo pero no lo logró, su cuerpo no le respondía, por alguna razón no se podía mover solo sentía el fresco pasto del suelo y como la sangre corría por su rostro. Permanecer en esa quietud fue insoportable para ella, estuvo así por varias horas hasta que se puso el sol. Cuando el cielo se oscureció y la luna iluminó aquel patio, ella seguía ahí, tendida sin poder hacer nada, de pronto escucho unos pasos.

“Un grupo de personas, tal vez” pensó.

Pero los pasos eran demasiado ligeros y acompasados, en ese momento sintió una respiración en su nuca seguida de un tirón de ropa, el cual la hizo voltearse y ver que eran perros los que estaban ahí. Cinco perros la olfateaban se veían tiernos pero ella sabía que se encontraban hambrientos. Entre todos comenzaron a tirar de sus ropas para romperlas hasta desnudarla.

Ella en su desesperación y miedo intentaba moverse, más no podía, empezó a llorar e intento gritar, mas no pudo. Quieta, en silencio y desnuda sufrió las mordidas y tirones de los perros, estos con los hocicos rojos por la sangre, gozaban de un exquisito festín. Ella cerró los ojos, no podía hacer más que esperar a morir para dejar de sufrir ese calvario.

Murió al fin, no sin haber sufrido el intenso dolor de ser comida viva.

(Cuento que escribí para un concurso, obtuve 5 lugar)

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