dos.

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Leonhart se encontraba mirando atentamente hacía el techo, no tenía nada mas que hacer que solo echarse la culpa, después de todo se esperaba que si alguien mas aparte del rubio y la castaña se enteraran de su ausencia en ese cristal, no dudarían dos veces en acabar con su vida.

Les hizo daño en su momento, todo por cumplir aquella misión, ella solamente quería volver a su hogar, cumplir una promesa de la cual no estaba segura lograr. Nunca deseo hacerles daño, después de todo aun siendo un titán, ella también es humana y los humanos sienten dolor. Aveces se le cruzaba por la cabeza que es lo único que conocerá en toda su vida, luego de no sentir amor aparte del de su cariñosa y fallecida madre.

Limpio una vez mas sus zafiro, inútilmente cabe decir, después de unos segundos siempre volvían a llenarse de las insaciables y cristalinas lágrimas. Vivía en una tortura que quería acabar desde hace dos días. No se reconocía ¿Donde estaba la persona fuerte que simulaba ser? Exactamente, bajo aquella máscara de frialdad y desinterés, estaba ella llorando por todo lo inhumano que sin pedirlo, le fue asignado hacer.

Le daba curiosidad que hacia Armin, sin embargo pensaba que él rubio no quería saber nada de ella y por eso se limita a llevarle el desayuno, almuerzo y cena para luego no volver a saber de su persona. Cuando la realidad era diferente.

Armin pasaba ocupado, cosa que no extrañaba a nadie al ser capitán de la división de inteligencia. Nadie sabia que podía pasar en cuestión de minutos. Así como se creía a sus nueve años en el distrito de Shiganshina, aquel joven rubio siempre esta a la expectativa del peligro.

Pero eso no era excusa para dejar de preocuparse por aquella rubia que yacía encerrada en su hogar. Ella no salia, siempre la veía dormida al entrar a su habitación, literalmente es como si estuviese mirándola de nuevo por aquel tedioso cristal, la diferencia ahora es que podía tocar sus suaves hebras doradas, podía tocar sus albinas mejillas y tal vez, solo tal vez podría volver a mirar aquellas finas gemas frías de color azul.

Ahora mismo, la rubia se levanto de la cama de donde no salía desde hace cuarenta y ocho horas, no se aburría, sus vagos pensamientos y nostálgicos recuerdos la distraían a todo momento. Al parecer sufrir es su mejor pasatiempo.

Toco con la planta de sus pies una vez mas la fría caoba del suelo de la casa del rubio, sus dedos rozaron el llamador, pensaba en salir o no; le aterraba pensar que la única persona que, antes, le creía buena le recibiera de manera desagradable. Aunque bien merecido lo tenia y lo mantenía presente.

Como su apellido, se lleno de valor del poco que aun habitaba en su débil y frío corazón para abrir finalmente aquella puerta donde desconocidas cosas le aguardaban. Sus zafiro viajaron por todo el pasillo observando la rustica pero elegante cabaña del rubio.

Avanzó dando pasos lentos, sus piernas estaban débiles luego de no tener actividad durante unas largas cuarenta y ocho horas. El ambiente tenía una raras combinación entre cálido y por las temperaturas de afuera helado. Observo por una ventana de la sala de estar que era de noche, tal vez Armin llegase hasta la madrugada; no lo sabía, pero no quería estar despierta para cuando eso sucediese.

Miro los cuadros colgados y uno en especial robo su atención, era la entrega ciento cuatro de reclutas. Miro los rostros de Eren, Reiner, Bertholdt, Mina y finalmente él rubio propietario de la casa en que estaba. Una pequeña sonrisa se escapo al ver aquel cuadro.

Unos movimientos en la manija de la puerta principal  fueron los que interrumpieron aquel desfile de recuerdos, ella solamente quedó a la expectativa de quien cruzaría la puerta principal.

La puerta se abrió dejando a la vista un rubio muy alto, de facciones maduras y algo de musculatura, aunque no para exagerar, su cabello en una coleta pero logro reconocer aquellos inconfundibles oceánicos, sin duda se trataba de Armin.

Él de ojos azules aun no se había percatado de la presencia de la rubia anterior dueña de sus pensamientos, tenia la mirada baja leyendo unos reportes pero al estar a tan solo unos metros pudo percibir la fría aura de Annie. Levantó exaltado su vista y su rostro no tenia expresión alguna, similar al de Annie quien mantenía contacto visual en sus profundos ojos azules.

—Armin —hablo con neutralidad —Has cambiado.

Armin sonrió. Al fin pudo volver a ver aquellos preciosos zafiros que anhelaba observar, la tenia ahí junto a él y no en un maldito cristal. Annie es libre, al fin —Annie —susurro con su voz ahora profunda y grave, como todo un hombre —Me alegra que hayas salido de la habitación, quería verte—sonrió cálido. A la rubia se le coló algo de rubor en sus mejillas luego de aquel comentario haciendo que Armin entendiese lo que había dicho —L-lo lamento si te incomode—rasco su nuca mientras entrecerraba sus ojos.

—Crei que me enviarias al calabozo —inquirió la rubia sosteniendo su ante brazo.


—¿Eso es lo que querías? —cuestiono él rubio mirándole con calidez y melancolía.

—Solamente quiero regresar a mi hogar, donde sea que este ahora —agrego desviando su mirada pero manteniendo su tono lleno de serenidad.

—Este puede ser tu hogar, si lo deseas, Annie.


La nombrada abrió sus ojos con sorpresa pero negó con su cabeza dando paso a aquellos nervios y la culpabilidad. Creyendo falsamente que él rubio y el resto le odiaban por lo que hizo y no los culpaba.

—Soy un monstruo —respondió volviendo a conectar su apagada y azulina mirada a los azules del rubio —Los monstruos no tienen familia, amigos ni compañeros. Son solitarios al igual que los lobos en la nieve —manifestó, su tono era distante.

—Dicen que los monstruos alguna fueron humanos —contesto Armin, calidez desbordando en su tono, lo contrario a ella.

—No es mi caso...Una vez monstruo, siempre lastimarás a los que están al rededor...

Culpable|| AruannieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora