IV

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Los siguientes días fueron tranquilos, la tensión que causó en la familia la aparición del padre biológico de Ariel se iba disminuyendo de a poco y ella comenzaba a olvidar lo ocurrido, dejando de preguntarle a su madre qué significaba lo que Jackson le dijo.

Era viernes al mediodía y Stiles se había tomado el día para cuidar a la niña mientras Lydia iba a la universidad. Fue a buscarla a la escuela en su jeep como nunca y la pequeña lo recibió a los gritos. Abrazó al castaño y antes de subir a la camioneta, se detuvo a hablarle.

—¿Pueden ir mis amigas a casa en Roscoe?

Stiles se percató de que detrás suyo había una larga fila de niñas, cuatro para ser exactos, con sus uniformes arrugados que solo significaban una cosa: eran salvajes.

—Porfis, porfis, porfis —dio saltitos, tirándole de la camiseta.

—¿Tienen permiso de sus madres?

—Incluso enviaron una nota a la maestra para que dejen que nos retires —afirmó la morena, sacándose la mochila para buscar su cuaderno.

—Está bien, vamos. Suban.

El viaje fue un dolor de cabeza. Cinco niñas en el asiento trasero, cantando la intro de Peppa Pig en bucle. Hasta una playlist hecha por Derek Hale sería menos dolorosa de oír.

Al fin en casa, Stiles se lanzó en el sofá exhausto y el pequeño pero potente cuerpo de una niña de seis años aterrizó en su estómago. A veces deseaba que Ariel simplemente dijese gracias y ya, pero la pequeña tendía a ser brutalmente expresiva de vez en cuando, y allí quedó, aplastado y cansado.

Sus amiguitas la siguieron a su habitación y desaparecieron, llevando el caos al otro lado de la casa. Y todo hubiese sido maravilloso si la puerta no hubiese sonado y Stiles hubiese podido dormir en el sofá aunque luego tuviese contracturas.

Con ganas de ahorcar a quien quiera que fuese la visita, se levantó a abrirle. Efectivamente, era alguien que Stiles realmente quería ahorcar, pero no tuvo tiempo para pensarselo, porque la caja que cargaba le robó toda su atención.

—Hola... Stilinski, ¿no? —sonrió Jackson, tendiéndole su mano libre—. ¿Está Ariel?

—¿Necesitas algo?

—Vine a traerle su regalo de cumpleaños, solo se lo daré y me iré —prometió, con cara de sufrido.

Stiles, como todo ser humano con un poco de compasión, lo dejó pasar sin estar muy seguro aún de lo que hacía, entonces, sin vuelta atrás, llamó a Ariel para que bajase. Después de unos segundos, se oyeron numerosos pies bajando por las escaleras.

—¡Tío Jackson! —chilló la pequeña, lanzándose sobre él como si lo conociese de toda la vida.

—Hola, princesa.

No podía ser que el hijo de perra volviese a robarle el apodo, pensaba el castaño observando la escena en silencio, pero el silencio no era algo en lo que él se destacara y por lo tanto, tuvo que romperlo.

—Tu tío Jackson vino a traerte un regalo y luego tiene que irse porque... —el regalo se movió—. Espera, ¿qué hay en esa caja? No me digas que trajiste un...

Y en ese mismo segundo, Ariel la abrió.

—¡Cachorrito! —gritó, eufórica—. ¡Gracias, me encanta, me encanta, me encanta!

Sus amiguitas la rodearon, rogándole para sostenerlo y creando un ambiente más caótico aún.

—Jackson, ¿puedo hablar un segundo contigo? —preguntó Stiles, tratando de no cometer un homicidio frente a las niñas.

—Claro.

Ya en la cocina, Stiles se pasó la mano por el rostro, algo exasperado.

—Mira, no me gusta tener problemas con la gente, mucho menos si Ariel las aprecia... a pesar de que no tenga nada de sentido porque te conoció hace menos de dos semanas y ni siquiera merezcas su cariño; pero necesito que te lleves a ese perro ahora mismo.

—Amigo, ya se lo dí. No puedo quitarle su regalo, eso sería algo que un mal padre haría.

—De hecho, abandonar a tu pareja embarazada en la adolescencia y no aparecer hasta que la criatura cumple cinco años es de mal padre, pero se ve que tenemos distintas prioridades.

—¿Cómo voy a llevarme al perro? ¡Pagué doscientos dólares!

—Felicidades, ni siquiera es un cuarto de la pensión mensual que jamás pagaste.

—Viejo, no necesito que me recuerdes todo lo malo que hice. Estoy arrepentido y trato de mejorar. De un padre a otro, ¿puedes conservar al perro? —nuevamente, la cara de sufrido.

—No.

Jackson frunció los labios y sus fosas nasales advirtieron que estaba molesto, pero, sinceramente, a Stiles le importaba un pepino.

La puerta de la cocina se abrió y ambos olvidaron la confrontación al divisar la temible expresión de Lydia, que parecía capaz de matar a alguien allí mismo. 

—Tú, afuera, necesito hablar con él —le ordenó a Jackson, y éste obedeció, sin antes halagarla por su cabello—. Stiles Stilinski, necesito que me expliques... ¿qué carajos hace este tipo en mi casa y por qué Ariel tiene un maldito perro?

—En mi defensa, no creí que le traería un perro.

—¿Por qué lo dejaste entrar? ¿Qué te pasa? ¡No sabes si se volvió psicópata!

—Bueno, ese es... un argumento totalmente válido y no tengo idea de qué inventar, porque estuve mal y lo siento.

—¡Estoy molesta contigo, no me des la razón! —tiró las llaves sobre la mesada y salió furiosa.

Al menos no había tomado el cuchillo, eso era buena señal. Nada de asesinatos.

Otra vez en la sala principal, la pelirroja tomó el cachorro, que ya estaba dejando souvenires en el piso y lo metió en la caja, armando el escándalo del mes.

—Jackson, limpia la caca del perro y llévatelo.

—¡No, mamá, yo lo amo! —chilló Ariel, corriendo hacia la caja desesperadamente.

—Lo siento, Ariel, ya tenemos a Prada.

En contestación a su madre, la pequeña se paró en medio de la sala y le lanzó un grito de furia, para luego irse a su habitación llorando, seguida por sus amiguitas.

—Bueno, eso me trae muchos flashbacks —soltó Jackson, rompiendo el silencio.

—Viejo, cállate y llévate al perro —dijo Stiles, perdiendo la paciencia.

—Bien, me voy, y creo que me lo quedaré. Avísale a mi princesa que su papá estará cuidando de él, y que puede visitarlo cuando quiera —y tras dedicarle una sonrisa macabra al castaño, éste se apuró a quitarle la caja.

—Cambié de opinión. Mejor no dejar ningún ser vivo a tu cuidado, pero le pondremos Jackson en tu honor. Adiós.

Entonces, el conflictivo y malintencionado padre biólogico de Ariel se retiró orgulloso por el desastre que la decisión de Stiles generaría. Ya podía imaginarse lo que se avecinaba... A Lydia no le gustaba que la contradigan.

guerra de papás | twDonde viven las historias. Descúbrelo ahora